Page 3 - La noche se hacía cada vez mas cerrada
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su totalidad, el pijama que llevaba puesto. Miró hacia un costado de la cama. Su esposa

                  dormía como si nada hubiera ocurrido. Supuso que sus movimientos, responsables de su
                  pesadilla, no habían sido lo suficientemente bruscos, como para despertarla, a pesar de sentir

                  su corazón a punto de estallar. Se mantuvo durante un largo instante en la misma posición,
                  aspirando de manera profunda cada bocado de aire, hasta sentirse un poco más relajado; lo

                  que le permitió con mayor tranquilidad tratar de analizar su extraño sueño; aunque sabía o
                  creía saber a qué se debía el mismo, ya que no era la primera vez que padecía una pesadilla

                  de características y consecuencias similares.

                  Apesadumbrado por la realidad, responsable de taladrar su inconsciente con depresiones casi
                  imposibles de superar, se levantó lentamente, dirigiéndose al baño a tomar una ducha. A

                  pesar del placer habitual que sentía debajo del chorro de agua tibia, hacía ya varios días que
                  no  lograba  encontrar  satisfacción  en  ninguna  de  las  actividades  que  normalmente  se  la

                  provocaba.
                  Terminó de ducharse y se dirigió al lavabo, para rasurarse. Con la espuma de afeitar en su

                  mano, dirigió la mirada al espejo. Su imagen comenzaba a exteriorizar el paso del tiempo

                  con la profundización de algunas arrugas que ya surcaban su rostro, además del cambio, cada
                  día más evidente, del tinte de su cabello. Se dispersó la espuma por su barbilla, mientras

                  intentaba evitar que el nudo que se había instalado en su garganta comenzara a provocar la

                  aparición de algunas lágrimas en sus ojos. Sabía a ciencia cierta que todas las manifestaciones
                  inconscientes que venía padeciendo a través de depresiones y pesadillas se debían justamente

                  a ello: el paso del tiempo; y era algo que él, sin saber el motivo, no podía superar. Estaba
                  angustiado, y no entendía porque se le manifestaba en forma tan intensa. Lo cierto era que

                  estaba por cumplir treinta y nueve años, y la cercanía a la cuarta década lo conmocionaba en
                  exceso. Pensó en su esposa, Cristina: responsable de gran parte de la felicidad que lo había

                  invadido diariamente desde el comienzo de su relación, y en sus hijos: Marcelo de ocho años

                  y Julián de seis; Dos hermosas criaturas que llenaron su existencia, complementando lo mejor
                  de su vida: su familia. ¿Y ahora? Ni siquiera sus tres amores podían evitar la angustia que se

                  le había enquistado.
                  Terminó de asearse. Entró a su habitación en silencio, pero Cristina no dormía. La observó.

                  Lo miraba con esa mirada que a él, aún, le producía cierto estremecimiento. La amaba como







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