Page 6 - La noche se hacía cada vez mas cerrada
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remisión, hasta desaparecer (una situación que ninguno de los médicos que la atendían pudo

                  explicarse).
                  Era  momento,  pensó,  de  desprenderse  de  él  para  que  alguien  que  lo  necesitara  pudiera

                  utilizarlo.
                  Sin pensarlo demasiado, volvió a la oficina de Leandro, no sin antes golpear la puerta para

                  que le autorice el ingreso.
                  —Sé que quiere que no lo molesten  —comenzó la veterana secretaria—,  pero me gustaría

                  hacerle un presente —y aclaró:— mañana es  su cumpleaños.

                  Frase que provocó un ardor en la boca del estómago del hombre sentado tras el escritorio.
                  Si mediar ninguna otra palabra, Adelaida entregó el extraño objeto a su jefe.

                  Leandro lo tomó entre sus manos y lo observó extrañado. Lo levantó con su mano derecha,
                  y dirigiendo la mirada hacia su secretaria le dijo:

                  —Es...
                  —Se trata de una pieza muy preciada para mí. Es por eso que quisiera dársela a alguien a

                  quien aprecio mucho. No tengo hijos. No tengo otros parientes, y soy viuda. En este momento

                  usted es la persona que mi corazón indica como la más adecuada para recibir este pequeño,
                  pero importante presente.

                  Leandro la miraba sin entender.

                  Al ver la expresión en su oyente, hizo una pequeña pausa y tras sonreír continuó.
                  — Estoy segura que no me va a creer, pero este...— se interrumpió, y aclaró: —, llamémoslo

                  pequeño amuleto, puede ser el que le resuelva todos sus problemas—  y tras un suspiro,
                  agregó:— a mí me los ha resuelto.

                  Si dejar esa mirada de extrañado, dijo:
                  —Seré curioso —hizo una pausa, y preguntó: — ¿De qué manera la ayudó?

                  —Es una larga historia —se limitó a responder—. Sólo puedo decirle que este pequeño objeto

                  es milagroso, y que cualquier cosa que desee con intensidad, se le cumplirá, si se lo pide. Lo
                  único —aclaró— es que solamente se le puede efectuar un solo pedido.

                  Sin  demostrar  su  incredulidad  ante  esas  palabras,  Leandro  guardó  el  presente  en  su
                  portafolios y agradeció la gentileza, levantándose de su silla   y abrazando a la mujer que lo

                  acompañó los últimos siete años de su trabajo, mientras realizaba un esfuerzo sobrehumano
                  por retener las lágrimas que habían comenzado a asomar a sus ojos.





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