Page 4 - La noche se hacía cada vez mas cerrada
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el primer día, pero no lograba, en esta última etapa, transmitírselo. Se acercó y la besó en la
boca.
— ¿Qué hora es? — preguntó desperezándose
— Es temprano— respondió él —. Seguí durmiendo.
Sin mediar demasiadas palabras, Cristina dio media vuelta y cerró sus ojos.
Estaba preocupada por Leandro, pero sabía que cada vez que sacaba a relucir el tema de su
estado, lo único que lograba era incrementar el desasosiego de su esposo, por lo que optó por
hacerle creer que seguiría durmiendo, aunque el sueño ya la había abandonado. No quiso,
como hubiera hecho en otros tiempos, levantarse a prepararle el desayuno, por el mismo
motivo por el cual continuó en la cama. Habían perdido prácticamente el diálogo, aunque
ambos sabían que no se trataba de nada relacionado directamente con su relación, sino por el
estado de depresión por el cual estaba pasando su esposo.
Leandro terminó de vestirse y se dirigió a la cocina a preparase el desayuno, como una simple
ceremonia, ya que no probó nada de lo que se sirvió.
Se encaminó al garaje y se subió a su automóvil. El trayecto a su oficina no fue otra cosa que
una serie de planteos que no obtenían respuesta. Con un clima que no ayudaba a aliviar su
condición, llegó a su destino. Estacionó su automóvil en el lugar que tenía destinado en la
cochera de la empresa, y caminó, con paso cansino, la distancia que lo separaba de la entrada
al edificio. Se dirigió, casi sin saludar, a los ascensores que se encontraban al final del pasillo,
y subió en uno de ellos pulsando el botón del cuarto piso. Mientras subía, intentó incorporar
a su pensamiento, la imagen de sus dos hijos, en un intento por superar su angustia, pero le
fue imposible lograrlo.
— ¡Buen día!
La cantarina voz de su secretaria no lo conmovió. Respondió al saludo con una expresión
que ni el mismo entendió.
Los ojos le dolían, y su cansado cuerpo lo llevó a dejarse caer en el sillón tras su escritorio.
Casi al instante, oyó unos pequeños golpes sobre la puerta.
—Adelante— dijo con desgano.
—¿Puedo pasar? — preguntó la vieja secretaria que lo asistía desde hacía algunos años.
—Pase, Adelaida.
La empleada cruzó la puerta que ya había abierto en su totalidad, y se acercó a su jefe.
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