Page 8 - La noche se hacía cada vez mas cerrada
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donde había dejado su portafolios. Lo abrió. Tomó el objeto, y pidió con todo su corazón. De
pronto, algo en su interior cambió. La angustia desapareció, dando paso a un estado de paz
que no había sentido en mucho tiempo. Se sintió alentado ¿Sería ese pequeño amuleto? No
podía creer que así fuera, pero la realidad era que su ánimo había efectuado un vuelco de
ciento ochenta grados. Ya no sentía angustia, ya no le afectaba su edad, ni el paso del tiempo.
Pensó en un mejoramiento temporal, podría ser, pero era demasiada casualidad. Volvió a
guardar el pequeño objeto en su portafolios, y se dirigió a su dormitorio. Se acostó al lado de
su esposa. La besó en la frente, y se durmió de inmediato.
El día había amanecido soleado. Las hendijas de la persiana dejaban pasar parte de los rayos
que formaban delgados perfiles que atravesaban la pared a la cabecera de la cama, de lado a
lado. Leandro abrió los ojos, se desperezó y se sentó al borde de la cama. Giró su cuerpo y
observó a su esposa, que aún dormía. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Se volvió a acostar,
y se acercó a ella. Era sábado y no tenía que ir a Trabajar. Cristina sintió el contacto del
cuerpo de Leandro sobre el suyo, y entreabrió sus ojos. Sin mirarlo, se acomodó insinuante.
Leandro la tomó en sus brazos y la giró lentamente. La besó apasionadamente. La desvistió,
hicieron el amor como no lo habían hecho en mucho tiempo.
— Feliz cumpleaños —fueron las palabras de Cristina tras su apasionado encuentro.
La vida había vuelto a la normalidad; o por lo menos así lo creían. Los días transcurrían en
forma normal. La vida había vuelto a encausarse, y el tiempo marcaba su paso. Sus hijos
crecían y su mujer comenzaba a utilizar las armas de cualquier persona del sexo femenino,
para contrarrestar los efectos que la edad provocaba en cualquier persona.
Leandro se había acostumbrado a escuchar la frase que había comenzado a preocuparlo:
—Estás hecho un pibe.
No era que no le gustara que se la dijeran, si no fuera porque se había transformado en algo
demasiado tangible. Su pelo mantenía el color de aquellos treinta y nueve años, y su cutis las
mismas características de aquel entonces. Pensó en Oscar Wilde y en su novela: “ El retrato
de Dorian Grey”..., pero eso era ficción. No podía estar pasándole lo mismo. Era inaudito.
Dejó su pensamiento de lado. Sus cuarenta y cinco años no eran un indicio de que debería
estar mucho más deteriorado físicamente que a los treinta y nueve o cuarenta; de cualquier
manera, y cinco años después, decidió asumir el hecho que lo que le estaba ocurriendo no era
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