Page 505 - Auge y caída del antiguo Egipto
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En aquel maratón nocturno de seis horas, los reclutas cubrieron una distancia
de casi cien kilómetros, un logro impresionante desde cualquier punto de vista.
Tales niveles de resistencia pronto dieron resultado. Un ataque contra Libia —la
primera de aquella clase de campañas desde hacía cuatro siglos— reportó un
considerable botín para Ipetsut. A ello le siguieron una serie de expediciones
militares contra Palestina y Líbano, en las que Taharqo logró ampliar la esfera de
influencia de Egipto a lo largo de la costa mediterránea, llegando hasta Kebny.
Aunque no podía compararse con las conquistas de los grandes faraones
guerreros del Imperio Nuevo, al menos era un comienzo.
Sin embargo, un restablecimiento pleno del dominio imperial egipcio se
revelaría un sueño imposible. Lamentablemente para Taharqo, otro gran rey de la
región tenía también sus propias ambiciones territoriales; unas ambiciones que
no dejaban lugar a un Egipto renaciente.
COMO ZORRO EN EL GALLINERO
Desde el corazón de su territorio a orillas del río Tigris, el reino de Asiria había
sido consciente por primera vez de la existencia de su rival nilótico a comienzos
del siglo XV. A partir de los esfuerzos de Thutmose I por establecer un imperio
egipcio en Oriente Próximo, se había desarrollado una amistad recelosa entre
ambas potencias; luego los asirios habían enviado tributos a Thutmose III a raíz
de la batalla de Megido, y habían mantenido relaciones diplomáticas, aunque
tensas, con la corte de Ajenatón. Pero en Asiria, como en Egipto, una sucesión
de gobernantes débiles habían llevado a una seria decadencia. En el año 1000, el
reino asirio se reducía de nuevo al núcleo de su territorio tradicional, en torno a
las ciudades de Assur y Nínive. Los altibajos de los dos grandes reinos volvieron
a correr en paralelo en el período comprendido entre los siglos X y VIII, de modo
que hacia el 740, justo cuando los kushitas empezaban a consolidar su dominio