Page 501 - Auge y caída del antiguo Egipto
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proporciones del Imperio Antiguo, con una representación achaparrada y
musculosa del cuerpo masculino en perfecta sintonía con la imagen que los
gobernantes kushitas tenían de sí mismos. Asimismo, parece ser que la ajustada
corona de casquillo favorecida por los reyes kushitas también fue escogida
debido a su gran antigüedad. Pero ciertas características de los retratos reales
eran innegablemente nubias: rasgos faciales africanos, cuello ancho, grandes
pendientes y colgantes en forma de cabeza de carnero. Espléndida a la vez que
esquizofrénica, la estatuaria real elaborada para Shabako y sus sucesores
reflejaba la contradicción que yacía en el corazón del gobierno kushita. Aquellos
reyes de la Alta Nubia estaban decididos a presentarse a sí mismos como más
egipcios que los propios egipcios y respetuosos de las antiguas tradiciones. Pero
más allá de las apariencias externas seguían siendo extranjeros, nacidos y criados
en una cultura fundamentalmente distinta, una cultura africana. Y no siempre era
una mezcla cómoda.
El gobierno kushita alcanzó su incómodo apogeo durante el reinado del hijo
de Pianjy, Taharqo (690-664), que prosiguió con el arcaizante eclecticismo de los
reinados anteriores, copiando modelos del Imperio Antiguo para su pirámide
nubia, pero —como su «leal sirviente» Harua— tomando como fuente de
inspiración para sus cámaras subterráneas una tumba del Imperio Nuevo, la de
Osiris en Abedyu. Para recobrar el esplendor del pasado de Egipto, ordenó
efectuar extensas restauraciones y renovaciones de templos en todo el país,
desde Meroe, en el extremo sur de Nubia, hasta Dyanet, en la parte nordeste del
delta. De todos esos proyectos, el que al parecer más suscitó su interés fue el
templo de Gempaatón (la actual Kawa), situado en la orilla este del Nilo, al final
de una gran pista terrestre que partía de Napata. Iniciado por Amenhotep III y
ampliado por Tutankamón, el Gempaatón recordaba la edad de oro de Egipto y
representaba, por tanto, el paradigma de todo lo que los kushitas deseaban
restablecer. Además de renovar la dotación del templo, Taharqo trajo a los
mejores artistas y artesanos de Menfis para remodelarlo y embellecerlo. La
familiaridad de estos con los grandes monumentos funerarios del Imperio