Page 183 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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15) Las luchas que motivaron la caída de Veyes, cuyas circunstancias son narra
das también por Tito Livio (V, 21-22).
16) La conquista por los romanos, entre el 310 y el 308 a.C., de la selva Cimina, re
gión tenida por impenetrable, y situada entre el lago de Bolsena y el Ciminus lacus (ac
tual Ronciglione). Tal conquista permitió a los romanos penetrar sin apenas dificultades
en la Etruria septentrional.
17) Envío de una flota etrusca, esta vez como ayuda a la Siracusa de Agatocles,
asediado por los cartagineses.
18) La ayuda etrusca a la expedición ultramarina africana de Escipión, del
año 205 a.C., que, aunque autorizada por el senado romano, hubo de constituirse
con tropas de voluntarios y una flota equipada a base de donativos privados. A la
misma, ocho ciudades etruscas contribuyeron con sus prestaciones. Todas estas cir
cunstancias fueron detalladas por Tito Livio (XXVIII, 45).
La i n m o la c i ó n d e p r is io n e r o s
Los etruscos, al igual que otros pueblos orientales o la propia Roma, tuvieron
—si se hace caso de algunos autores clásicos— la costumbre de inmolar a una parte
o a la totalidad de prisioneros después de victorias militares terrestres o marítimas,
sometiéndolos a diferentes suplicios. Aquellas muertes —indudablemente de carác
ter ritual— se consagrarían a los Manes de los antepasados heroizados del personaje
que obtuviese la victoria sobre el enemigo, opinión esta presente y sedimentada en
la «leyenda tirrénica» de Mírsilo de Metimna, a la que aludió en su obra Dionisio de
Halicarnaso (I, 24).
Valerio Máximo (IX, 2), siguiendo a Virgilio, indicó que los etruscos no fueron
menos atroces en la invención de tormentos. Ataban a vivos con cadáveres, dispo
niéndolos frontalmente, y dejaban que unos y otros se descompusieran. Virgilio en
su Eneida (VIII, 478-488) adscribe al tirano de Caere, Mezenzio, tal práctica, al seña
lar que «ataba a los vivos con los muertos manos con manos, boca con boca y así los
dejaba perecer con larga muerte en aquel espantoso abrazo, chorreando podredum
bre y corrompida sangre».
Uno de los casos más significativos de crueldad se produjo con ocasión de la ba
talla de Alalia, según se sabe por Heródoto (I, 167). En la misma, y de acuerdo con
modernas estimaciones, se hizo presos a unos 3.200 focenses que se repartieron los
etruscos y cartagineses. Los 1.600 prisioneros que tocaron a los etruscos fueron condu
cidos a Agylla (Caere), siendo a continuación lapidados en sus cercanías. G. Colonna
propone que lo serían a la altura del actual Montetosto.
A partir de aquel luctuoso hecho, y según Heródoto, «todo cuanto pasaba por el
lugar en que yacían los focenses lapidados —fuesen rebaños, bestias de carga o per
sonas— quedaba contrahecho, tullido e impotente». Ante esta circunstancia, claro
castigo divino, los caeretanos decidieron reparar su falta, para lo cual no dudaron en
acudir a Delfos. Allí, la Pitia les ordenó que en su patria efectuaran espléndidos sacri
ficios expiatorios y concursos atléticos en honor y memoria de los lapidados.
Quizá el ordenante de la lapidación inspiraría a Virgilio la «construcción» —se
gún M. Gras— del personaje Mezenzio, tirano de Caere, que moriría a manos de
Eneas en un duelo singular. No faltan autores (Catón, Macrobio, Varrón, Plinio el
Viejo, Festo, Ovidio, Plutarco) que aceptaron la historicidad de tal personaje, envuel-
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