Page 184 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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to en connotaciones de crueldad, ferocidad y desprecio por los dioses. Su tiránica y
cruel actuación motivaría la sublevación de su pueblo y la expulsión de su propia ciu
dad, de donde debió huir a pie al país de los rútulos.
En cualquier caso, la figura de tal tirano, si es que llegó a existir, debe encuadrarse
históricamente en un momento del dominio etrusco en el Lacio, a cuyas ciudades les
había impuesto pesados tributos que debían pagar en vino. Por ello, Mezenzio sería re
cordado con posterioridad, en tiempos romanos, con ocasión de las populares fiestas
Vinalia.
Para M. Gras, y tomando casi literalmente sus palabras, el episodio de la lapida
ción era aberrante en el mundo etrusco y sólo puede explicarse por referencia al
mundo foceo, jonio y cartaginés, inspiradores de tal acto de barbarie.
Si en el relato herodoteo aquella acción tiene un preciso «sabor de delito religio
so», la única manera de lavarla de la culpabilidad era la de ser expiada con la institu
ción de «juegos» (agones) en honor de los difuntos griegos y con la construcción de
un santuario, que quizá los caeretanos alzarían junto al túmulo de Montetosto, lugar
del cruento sacrificio y tal vez sepulcro del pater gentis de la ciudad, junto al cual se
celebraron los ritos sacrificiales expiatorios (M. Torelli). En cualquier caso, la manera
de expiar la culpa, retomando el parecer de M. Gras, adoptó claros tintes helénicos.
Otro episodio clave lo constituye la masacre de los 307 prisioneros romanos en
el foro de Tarquinia en el 358 a.C. Aunque el relato histórico (Tito Livio, VII, 15)
no permite profundizar mucho en lo acontecido, sí se puede precisar, siguiendo a
D. Briquel, que el verbo utilizado (immolare) por el historiador romano tiene un cla
ro sentido religioso. En cambio, para describir la venganza de los romanos, cuatro
años después, al vencer a los tarquinienses y asesinar a muchos de ellos, el mismo his
toriador señaló que los 348 prisioneros llevados a Roma fueron azotados con varas
en medio del foro antes de ser decapitados (Tito Livio, VII, 19). Así, cruelmente, los
romanos lavaron con sangre la derrota sufrida con anterioridad. No se trató de muer
tes con connotaciones religiosas, sino simplemente de ejecuciones.
Debe recordarse también, aunque sea de índole literaria, el sacrificio de los pri
sioneros troyanos efectuado por Aquiles en honor de Patroclo. Aunque tal tema fue
raro en el mundo griego, sin embargo tuvo fortuna en Tarento y sobre todo en el La
cio y en Etruria, como puede verse, por ejemplo, en las figuraciones de la Tomba
Frangois, en el sarcófago «del Sacerdote» (Tomba Partunu de Tarquinia), en el stámnos
falisco del Captivi Group de Berlín, en un sarcófago de Torre San Severo en Orvieto,
en una urna volterrana y en dos cistas prenestinas, según referencias de M. di Fazio.
La razón del éxito de tal temática tal vez haya que buscarla en la propaganda que
hubo de extenderse por el ámbito mediterráneo a finales del siglo iv a.C. con moti
vo de la conquista de Asia por Alejandro Magno, acontecimiento que de hecho
hubo de ritualizar la homérica Guerra de Troya.
Las m u e r t e s rituales
Muchos autores clásicos aludieron a la decapitación de los enemigos, en un con
texto ritual, por parte de diferentes pueblos de la Antigüedad, entre ellos, escitas, cel
tas, germanos y, por supuesto, griegos y romanos. Igualmente, se ha querido ver esta
práctica entre los etruscos (admitida por la etruscóloga L. Bonfante), principalmente
si se analizan en tal sentido las representaciones iconográficas etruscas en las que apa-
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