Page 62 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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Así termina el primer acto de una historia que cuenta,
         por lo menos, con tres. Al final de ese primer episodio del
         relato aparece establecida la manera como los hombres en­
         tran  en  relación  con  los  dioses,  a  través  del  sacrificio,
         como  el  que  Prometeo  ha  realizado  al  ofrecer  el  animal.
         Encima  del  altar,  fuera  del  templo,  arden  unas  plantas
         aromáticas que desprenden  un  humillo perfumado,  en las
         que depositan después los huesos  pelados.  La parte  de los
         dioses  son  esos  huesos  mondos  y  lirondos,  rebozados  de
         reluciente lardo, que suben a los cielos en forma de huma­
         reda.  Los  hombres,  por su lado,  reciben el  resto de la bes­
         tia,  que consumirán  asado  o cocido.  En largos pinchos de
         hierro o  bronce ensartan pedazos de  carne,  de  hígado,  en
         especial, y de otras partes igual de apetecibles que asan di­
         rectamente sobre el fuego. Hay pedazos que son colocados
         para  que  hiervan  en  grandes  marmitas.  Asar  algunas  pie­
         zas,  hervir otras:  a partir de ahora, los hombres deben co­
         mer  la  carne  de  los  animales  sacrificados  y  envían  a  los
         dioses su parte, es decir, el humo oloroso.
             Esta historia  es  asombrosa,  ya  que da  a  entender que
         Prometeo ha conseguido  engañar  a Zeus  al entregar  a los
         hombres lo mejor del sacrificio.  Prometeo ofrece a los hom­
         bres la parte comestible,  camuflada y oculta bajo una apa­
         riencia incomestible y repugnante,  y,  a los dioses,  la parte
         no  comestible,  envuelta,  oculta y  disimulada  bajo  la apa­
          riencia de  un lardo apetitoso y de un  blanco  radiante.  En
         su  reparto  obra  de  manera  falaz,  ya  que  la  apariencia  es
          engañosa.  Lo  bueno se disimula bajo  la fealdad y lo  malo
          es hecho apetecible recubriéndolo con algo atractivo.  Pero
          ¿ha  dado  realmente  a  los  hombres  la  parte  mejor?  Tam­
          bién en ese punto  reina la ambigüedad.  Está claro que los
          hombres  reciben  la  parte  comestible  del  animal  sacrifica­
          do,  pero  es  que  los  hombres  necesitan  comer.  Su  condi­
          ción  es  la  antítesis  de  la  de  los  dioses,  pues  no  pueden


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