Page 67 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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dispensable guardar una reserva para que en la primavera,
          en  la  difícil  unión  del  invierno  con  la  nueva  cosecha,  los
          hombres no pasen hambre.
              De  la  misma  manera  que  existe  la  spérma  del  fuego,
          existe la del  trigo.  A partir de  ese  momento,  los  hombres
          se ven  obligados  a trabajar para vivir.  Recuperan el  fuego,
          pero es un fuego que,  al igual que el trigo, ya no es lo que
          era  antes.  El  fuego  que  Zeus  ha  ocultado  es  el  fuego  ce­
          lestial,  el  que  Zeus  tiene  en  la  mano  permanentemente,
          un fuego que no disminuye jamás y nunca desaparece: un
          fuego inmortal.  El fuego del que disponen ahora los hom­
          bres,  a  partir  de esa  semilla de  fuego,  es  un  fuego  que  ha
          «nacido»,  ya  que  ha  salido  de  una  semilla,  y,  por  consi­
          guiente,  es  un fuego mortal.  Será preciso  mantenerlo y vi­
          gilarlo.  Ese  fuego  tiene  un  apetito  semejante  al  de  los
          mortales.  Si  no  es  alimentado  continuamente,  se  apaga.
          Los  hombres  lo  necesitan,  y  no  sólo  para calentarse,  sino
          también para comer. Al contrario que los animales, no de­
          voran  la  carne  cruda,  por lo  que  tienen  que  cocinarla.  Y
          hacerlo exige seguir un ritual y atenerse a unas reglas para
          que los alimentos queden guisados.
              Para  los  griegos,  el  trigo  es  una  planta  cocida  por  el
          ardor  del  sol,  pero  también  por  el  trabajo  de  los  hom­
          bres.  A continuación,  hay que  cocinarlo  en  la  panadería,
          metiéndolo  en  el  horno.  Así  pues,  el  fuego  se  convierte
          realmente  en  la  marca  de  la  cultura  humana.  El  fuego
          prometeico,  sustraído  con  astucia,  es  realmente  un  fue­
          go «técnico», un procedimiento intelectual,  que diferencia
          a  los  hombres  de  los  animales  y  consagra  su  carácter  de
          criaturas civilizadas.  Sin embargo,  en la medida en  que el
          fuego humano,  al contrario que el divino,  necesita ser en­
          cendido  para  vivir,  tiene  también  algo  de  bestia  salvaje,
          pues  su  violencia,  cuando  se  desencadena,  ya  no  puede
          detenerse.  Lo  abrasa  todo,  no  sólo  el  alimento  que  se  le

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