Page 69 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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voz de un ser humano, así como otros detalles que se men­
         cionarán  a  medida  que  avance el  relato.  Zeus  pide enton­
         ces  a Atenea y Afrodita  que la vistan  y  resalten  su  belleza
         con  el resplandor de los  atavíos  asociados  al  cuerpo  feme­
         nino,  los  ornamentos,  las joyas,  los  ceñidores y las  diade­
         mas. Atenea le da una apariencia  tan soberbia,  brillante y
         luminosa como la del blanco lardo que rodeaba los huesos
         en el primer acto de este relato. La belleza de la joven relu­
         ce  en  todo  su  esplendor.  Hefesto  coloca  sobre  su  cabeza
         una diadema que sujeta un velo de novia.  La diadema está
         adornada  con  una  decoración  animal  en  la  que  se  repre­
         sentan todas las bestias que pueblan el mundo, los pájaros,
         los peces,  los  tigres y los leones.  La frente de la muchacha
         deslumbra con la vitalidad de todos los animales.  Es un es­
         pectáculo  espléndido,  thaüma  idesthaí,  una  maravilla  que
         deja transido de estupor y completamente enamorado.
             Allí está la  primera mujer,  delante  de  los dioses  y  los
         hombres, todavía reunidos. Es un maniquí fabricado, pero
          no a imagen y semejanza de una mujer, ya que todavía no
         existe  ninguna.  Es  la  primera  mujer,  el  arquetipo  de  la
          mujer.  Lo  femenino ya existía,  porque  existían  las  diosas.
          Este ser femenino  ha sido  modelado como  una parthénos,
         a imagen y semejanza de las diosas  inmortales.  Los dioses
         han creado un ser de tierra y agua,  al  que  han  dotado del
         vigor,  sthénos,  y  la  voz,  phoné,  de  un  ser  humano.  Pero
          Hermes pone también en su boca unas palabras falaces,  la
          dota de una mente de perra y de un  temperamento de la­
          drón.  Este  maniquí,  que  es  la  primera  mujer,  del  que  ha
          salido  toda la «raza de las mujeres»,  se presenta,  como las
          partes del sacrificio o el hinojo,  con un exterior engañoso.
         No es posible contemplarlo  sin sentirse extasiado y hechi­
         zado.  Posee  la  belleza  de  las  diosas  inmortales  y  su  apa­
          riencia es divina.  Hesíodo lo  dice claramente: quedas des­
          lumbrado.  Su belleza, realzada por las joyas, la diadema, el

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