Page 68 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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da,  sino  también  las  casas,  las  ciudades,  los  bosques;  es
           una especie de bestia ardiente y hambrienta a la que nada
           satisface.  A  causa de  su carácter  extraordinariamente  am­
           biguo, el fuego subraya la especificidad del hombre, sugie­
           re  incesantemente tanto  su origen divino  como  su  condi­
           ción  bestial,  depende  de  los  dos,  al  igual  que  el  propio
           hombre.




           PANDORA O  LA INVENCIÓN  DE LA MUJER

               Llegados a este punto, cabría pensar que la historia ha
           concluido.  Pero  no  es  así.  Comienza  el  tercer  acto.  Está
           claro que los hombres  poseen la civilización,  pues  Prome­
           teo  les ha entregado  todas  las  técnicas.  Antes  de  su  inter­
           vención,  vivían en grutas  como las  hormigas,  miraban sin
           ver,  escuchaban  sin  oír,  no  poseían  nada;  pero  después,
           gracias a él, se han convertido en seres civilizados, diferen­
           tes  de  los  animales  y  de  los  dioses.  Pero  la  lucha  de  as­
           tucias  entre  Zeus  y  Prometeo  no  ha  terminado,  Zeus
           ha ocultado el fuego,  Prometeo  se  lo  ha  robado;  Zeus  ha
           ocultado  el  trigo,  los  hombres  trabajan  para  ganarse  su
           pan.  Pero Zeus todavía no está satisfecho, considera que la
           derrota  de  su  adversario  no  es  total.  Partiéndose  de  risa,
           como  es  su costumbre,  idea  una  nueva contrariedad para
           fastidiarlo. Tercer acto.
               Zeus  convoca  a  Hefesto,  Atenea,  Afrodita  y  algunas
           deidades  menores,  como las Horas.  Ordena a Hefesto que
           moje  arcilla  con  agua  y  modele  una  especie  de  maniquí
           con  rostro de parthénos,  de mujer,  o,  más exactamente,  de
           doncella,  de mujer núbil,  todavía soltera. Así pues,  Hefes­
           to  modela una especie de maniquí, de estatua,  con las fac­
           ciones agraciadas de una hermosa joven. A continuación le
           corresponde a Hermes darle vida y conferirle la fuerza y la

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