Page 106 - ¿Y si quedamos como amigos?
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             Por desgracia, yo no les podía dar muchas pistas.
             —¿Puedo  ayudarte  con  eso,  por  favor?  —le  pregunté  a  mi  abuela,  que  estaba
          preparando la cena.
             —Tú siéntate. Hiciste un viaje muy largo.

             Me senté en la mesa de la cocina. Debería haber estado agotada, pero creo que me
          había invadido el tipo de cansancio que te pone al cien.
             —Esta noche deberías venirte conmigo al pub a escuchar música de verdad —dijo
          mi abuelo sentándose a mi lado.

             —James Mullarkey, no te vas a llevar a tu única nieta a una taberna la primera noche
          de su estancia en el pueblo.
             —Tienes  razón  —se  frotó  la  canosa  barba  rojiza—.  Ésa  es  una  actividad  más
          apropiada para la noche del miércoles —me hizo un guiño.

             La abuela gimió.
             —Macallan, querida, mañana tengo el día libre y pensaba llevarte a dar una vuelta
          por el pueblo. Te presentaré a algunos vecinos. Le conté a todo el mundo que venías de
          visita.

             —En el pub tendrá más posibilidades de conocer gente de su edad.
             —¡Ya basta! —la abuela señaló a su marido con un cucharón de madera.
             —Está bien, está bien —el abuelo se levantó y se acercó a la estufa para abrazar a su
          esposa. Resultaba enternecedor ver lo mucho que se querían después de tantos años—.

          Prometo ser una buena influencia para nuestra querida, joven e impresionable nieta.
             Estaba de espaldas a mí, así que pude ver sus dedos cruzados.
             —¡Porras! —la abuela se apartó—. Olvidé comprar tomillo en la tienda.
             Me paré.

             —Iré yo. Me apetece dar un paseo. Llevo todo el día sentada.
             Intenté calcular mentalmente cuántas horas, quizá días, llevaba despierta.
             Sólo tardé unos minutos en orientarme. El pueblo constaba básicamente de un puerto
          y una calle mayor. Además, si me perdía, bastaría con que preguntara dónde vivían Jim

          y Betty. Así de pequeño es Dingle.
             Puesto que tenía un rato libre antes de cenar, decidí acercarme al puerto a ver cómo
          llegaban los barcos. Di una vuelta por una de las tiendas para turistas y compré unas
          cuantas postales. Luego, caminando junto a los edificios de colores, me dirigí hacia el

          pequeño  colmado  que  había  a  pocas  cuadras  de  la  casa  de  mis  abuelos.  Agarré  el
          tomillo fresco e hice cola para pagar detrás de una señora que se había enzarzado en
          una  acalorada  discusión  con  la  cajera  sobre  si  fulanito  de  tal  engañaba  o  no  a  su
          esposa.

             —Pasa por aquí —oí decir.
             Me acerqué a la otra caja registradora y le tendí el ramillete a un chico moreno, muy


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