Page 102 - ¿Y si quedamos como amigos?
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             —Me  hiciste  una  promesa,  Levi.  Me  prometiste  que  estarías  ahí  siempre  que  te
          necesitara. Y la rompiste. Y nunca jamás te he considerado mi “chico de los mandados
          a mi entera disposición”.
             Aquellas palabras, las palabras que yo había pronunciado hacía sólo unas horas, me

          escocieron. Apenas podía imaginar lo mucho que la habían lastimado.
             Siguió hablando sin soltar el pañuelo de papel que aferraba entre los dedos.
             —No me había dado cuenta de que se te hiciera tan difícil quedar conmigo.
             —No —dije con vehemencia. No podía creer que hubiera llegado a pensar eso, lo

          mirara por donde lo mirara. También es verdad que yo la había ignorado bastante. Así
          que entendía en parte que se hubiera llevado esa impresión.
             No hizo caso de mi respuesta.
             —Me parece genial que tengas tus propios amigos. Sería egoísta por mi parte pedirte

          que renuncies a ellos. No era mi intención.
             —No, no es eso. Me horroriza que hayas pensado algo así —le tomé la mano—. He
          sido un completo idiota. Y ahora sé por qué me sentía tan confuso. Supongo que me
          cuesta expresarme y, este…

             Macallan ni siquiera se volteó hacia mí.  Le tomé la otra mano y, con cuidado, la
          obligué a mirarme a los ojos. Se le saltaban las lágrimas.
             —Macallan, te amo.
             Al  pronunciar  aquellas  palabras,  sentí  que  me  había  quitado  un  enorme  peso  de

          encima.
             —Yo también te amo. Eres mi mejor amigo —esbozó una sombra de sonrisa.
             No hablábamos de lo mismo.
             —No, Macallan —le acaricié la cara con el pulgar, con delicadeza—, no me refiero

          a eso.
             La atraje hacia mí y me incliné hacia ella. Sólo nos separaban unos centímetros. Noté
          en el cuerpo el cosquilleo que precede a un beso. Uno que no iba a finalizar de manera
          tan abrupta.

             Cuando comprendió lo que yo estaba a punto de hacer, Macallan abrió los ojos como
          platos. Se puso en pie de un salto.
             —Me voy a Irlanda —me espetó con voz chillona.
             —¿Que te vas? ¿Cuándo?

             —Voy a pasar el verano en Irlanda con la familia de mi mamá. Me marcho dentro de
          una semana.
             Lo aclaró en un tono tan inexpresivo que apenas le creí.
             —Macallan, por favor —tenía la sensación de que yo era el culpable de aquella fuga

          precipitada—. ¿Cuándo lo decidiste?
             —Hace… poco —mentía fatal—. Ya sabes que me invitan cada verano.


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