Page 147 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          ensalada por alguna parte. Pero no estoy segura, ¡hoy es fiesta!

             —Todo suena delicioso —mi mamá frotó el brazo de Macallan—. Estás preciosa, mi
          vida  —era  verdad.  Se  había  puesto  el  vestido  verde  que  tanto  resalta  el  rojo  de  su
          cabello—. Te extrañamos. Levi no para de decirnos lo ocupada que estás.

             La pasta de queso se me atragantó. Ser descubierto en una mentira no era el mejor
          modo de empezar la velada. Me había propuesto que la cena fuera tan divertida como
          las que compartíamos antes, aunque mi mera presencia bastara para arruinarla.
             Escudriñé  el  rostro  de  Macallan  para  averiguar  si  iba  a  revelar  que  yo  había
          recurrido a mil excusas para explicar por qué ya nunca pasaba por la casa. Por qué ya

          no podíamos celebrar las cenas del domingo. Que si Macallan tenía que hacer tal cosa
          con sus compañeros de cocina, que si había quedado con los amigos de la escuela para
          tal otra…

             Ahora bien, la verdadera razón de su ausencia había sido mi egoísmo. No quería que
          nada  me  impidiera  pasar  tiempo  con  los  chicos.  Me  molestaba  depender  tanto  de
          Macallan. Como si ella fuera una especie de lastre. Sin embargo, el único culpable era
          mi ego, esa inseguridad mía que me inducía a querer encajar a toda costa.
             Macallan sonrió.

             —Sí, estos meses han sido una locura.
             Agarró un puñado de pecanas y se encaminó a la cocina.
             —Voy a ver si necesita ayuda —dije a la vez que me paraba.

             Hice oídos sordos al comentario sarcástico de mi papá, pues todos sabían muy bien
          que la única ayuda que puedo ofrecer en la cocina es mantenerme alejado.
             Macallan estaba lavando una olla, de espaldas a mí. Por sus movimientos, no pude
          adivinar si la había ofendido.
             —¿Puedo hacer algo? —me ofrecí.

             Sus hombros se crisparon.
             —No, gracias.
             —¿Estás segura?

             Me coloqué a un lado del fregadero y agarré una jerga.
             —Como quieras —me tendió la olla mojada.
             Macallan se dio impulso para sentarse en la isla de la cocina mientras yo empezaba a
          secar el traste.
             —¿Invistaste a Stacey a comer el postre? —me preguntó.

             Cuando mi mamá había llamado a Macallan para preguntarle qué podía llevar, ella le
          había sugerido que invitara a  Stacey a venir cuando su propia cena familiar hubiera
          terminado.

             —No.  Pensé  que  estaríamos  mejor  sólo  los  de  la  familia  —titubeé—.  Si  te  soy
          sincero, no sé si seguiré con ella mucho más tiempo.


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