Page 109 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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llegó trayendo en sus brazos una mujer envuelta en un gran velo
        blanco. Parecía dormida. El genio la colocó suavemente sobre un
        canapé que surgió a mi lado. Fue levantando el velo que la cubría
        y jamás nada tan hermoso se ofreció a mis ojos. Era Venus con
        todos los encantos de la inocencia. Suspiró la hermosa y abrió los
        más bellos ojos del mundo, que posó en mí. Lanzó un grito de
        sorpresa, y exclamó:
             — ;Es  él,  el que yo deseaba!
            El viejo me dijo:
             —Acércate; pon una rodilla en tierra; así es como debes ha-
        blarle; toma su mano.
             Yo obedecí, y la divinidad, a quien yo dirigía mi homenaje,
        me dijo:
             —Te he visto en sueños; yo te amaba, y la realidad te hace
        más querido de mi corazón; yo te prefiero al sultán.
             .— ¡Basta! — ^dijo el viejo.
             Y pronunció fuertemente: "Mammes. Lahar".
             Aparecieron cuatro esclavos, se llevaron el canapé y a la mu-
        jer que había operado en mí una impresión tan viva.
             El viejo obser\'ó mi emoción, y me dijo:
             -—Ya volverás a verla. Para poseer la sabiduría es menester
         resistir los atractivos de la voluptuosidad.
             Me resigné y volví a colocar en la cajilla, el anillo y el talis^
        man del amor.

                  LOS BANDIDOS PUESTOS EN FUGA
             Después de haber descansado me dijo el viejo que podíamos
         salir un rato y hacer una pequeña excursión por la campiña ob-
         servando las costumbres del país.
             Se puso el viejo un turbante en la cabeza, yo hice otro tanto,
         y vestidos completamente de turcos, nos dispusimos a salir. Antes
         de hacerlo, obscr\'é que el viejo tomaba un talismán y un anillo, yo
         le advertí que me había enterado, y entonces él me dijo:
             — Eso puede sernos necesario; la precaución es la madre de
         la seguridad.
             Pasados unos minutos nos pusimos tranquilamente en camino:
         el viejo me entretuvo, hablándome de los cambios que se verifican
         en la estructura del planeta, de  la revolución de los astros que
         constituyen el sistema planetario y me predijo algunos fenómenos
         que habrían de presentarse en lo sucesivo.
             En esto se percibió en los límites del horizonte una nube de
         polvo, que se fue aproximando rápidamente.
             Transcurridos unos instantes, pudimos percibir perfectamen-
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