Page 106 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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LA GALLINA NEGRA

                           Escuela de sortilegios

                El viejo de las pirámides o el anillo del amor

           Hasta ahora no os he hablado sino de aquello que me ha sido
       revelado en los libros que encierran los misterios secretos de las
       ciencias ocultas. Pero nada os he dicho de mis propios experimentos.
           Escuchadme atentamente:
           En un pergamino antiquísimo, sacado de un polvoriento rin-
       cón de la Biblioteca del convento, logré descifrar, después de lar-
       gas noches de estudio, que en la Pirámide más elevada de Egipto
       existía vivo, desde hacía muchos siglos un viejo nigromante po-
       seedor de todas las ciencias mágicas.
           —Necesito verle y consultarle  '-'dije.
           Y puse en práctica mi proyecto.
           Invoqué uno de los espíritus que me obedecían, y le ordené
       me transportara inmediatamente al lugar indicado.
           Cuando me encontré al pie de la pirámide, comprendí que se-
       ría inútil mi viaje, si no sabía cómo llamar al misterioso habitador
       de aquel vetusto y  gigantesco monumento. Sí, lo recordaba, por
       haberlo leído en el pergamino, que era precsio acertar con la losa
       que daba entrada al lugar encantado.
           Llamé a varias losas, sin obtener respuesta. De pronto cuando
       ya el desaliento íbase apoderando de mi espíritu, toqué con el pie
       una losa y  percibí que se movía. Me aparté a un lado, y vi con
       alegría, que en efecto, aquella losa era la entrada que buscaba.
       Apartándose lentamente, y apareció un venerabilísimo anciano.
       Barba blanca, blanquísima, caía sobre su pecho; un turbante cubría
       su cabeza; el resto de su traje me anunció que era un m.ahometano.
           .—Sé que me buscas —me dijO'^. Pues bien entra, y te reve-
       laré todos ios secretos del arte mágico.
           Yo le seguía en silencio.
           Bajamos una pendiente, al fin de la cual llegamos a una puer-
       ta, que abrió el viejo por medio de un secreto. La cerró con cuida-
       do, y habiendo atravesado una sala inmensa, entramos en  otra
       pieza. Una lámpara se suspendía de la bóveda, había una mesa cu-
       bierta de libros, varios sitiales a  la oriental, y un lecho para el
       descanso. Me indicó que tomase asiento, y acercándose a una es-
       pecie de armario sacó de él varios vasos. Me invitó a desnudarme
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