Page 62 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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ha encomendado, vuelven de nuevo a identificarse con él.
Todo en el universo constituye una vida i'mica, animada por
el Espíritu Divino y nada existe en realidad que no sea por él
alimentado.
Bien, puede, por lo tanto, llegarse a la afirmación absoluta
de que el Espíritu Supremo es eterno e infinito, que todo lo rige
y dispone, siendo a la vez la causa de las causas y principio de
todo lo creado.
Para El no existe tiempo, espacio ni medida, y aunque es di-
fícil poder expresar su grandeza, trataremos de hacer algunas ob-
servaciones que nos den una ligera idea de su inmensidad y de
la obra y maravillas de la creación.
Figúrese el lector, por un momento, que se propone empren-
der un viaje a través del espacio infinito. Pues bien: admitiendo
como punto de base la velocidad de la luz, que camina con una
rapidez de 77,000 leguas por segundo, y tomando la tierra como
punto de partida, hará cuenta de que se dirige a un punto cual-
quiera del espacio. Al primer segundo habrá recorrido 77,000 le-
guas, al segundo 1 44,000 y a los cien 770,000. Con esta velocidad
maravillosa en un minuto de viaje se estará a la distancia de la
tierra de 4.420,000 leguas.
Siguiendo esta marcha durante días, meses, años y siglos, se
habrán recorrido miles de millones de leguas, cuyo cálculo no hay
posibilidad de determinar pero con ser esto tan maravilloso resul-
taría que después del espacio recorrido y aun continuando con la
misma velocidad durante millones de años, no se llegaría jamás
al límite de lo infinito, por la sencilla razón de que lo infinito no
tiene límite. Así se debe considerar al espíritu soberano, puesto
que es eterno, y lo eterno no tiene principio ni fin. Por lo tanto y
habiendo demosrado que este espíritu lo llena y lo vivifica todo,
puede calcularse lo difícil que ha de ser a los hombres expresar
ni comprender su inmensidad.
Las palabras "infinito", "eternidad", y "Ser Supremo", esca-
pan por completo a la penetración humana, puesto que nuestra
inteligencia es demasiado limitada para poder definirlas.
Goethe a Eckerman decía: El Ser Supremo es incomprensi-
ble al hombre; no tiene de El más que un sentimiento vago, una
idea aproximada, lo cual no quita que estemos tan identificados
con la divinidad, que puede decirse que ellas nos sostiene; que en
ella vivimos y por ella respiramos. Sufrimos y gozamos, según las
leyes eternas, ante las cuales representamos a la vez un papel ac-
tivo y pasivo. Poco importa que lo reconozcamos o no. Él niño
saborea el dulce sin inquietarse en saber quien lo ha hecho, y el
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