Page 67 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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bían. se iban borrando los caracteres; sin embargo, tal fue el em-
peño de ambos por conocerlo, que consiguieron retener en la me-
moria algunos párrafos, los cuales les fueron muy útiles en sus ex-
perimentos de alquimia logrando hacer artificialmente oro y bri-
llantes. Mas, apartándonos de digresiones, diremos que la califi-
cación de guardadores de tesoros a que antes aludiéramos es la
hiperbólica y de sentido figurado, pues su autor no sólo se refiere
a los tesoros que se hallan ocultos en forma de minerales, piedras
preciosas, moneda acuñada, etc., sino también a la inteligencia del
hombre que, bien entendido, es la riqueza mayor de que estamos
dotados los mortales y de la cual se convierten en sus más fieles
guardianes, dirigiéndola por el camino de la suprema perfección.
Tenemos no obstante, que dar una suscinta explicación a
aquellos incrédulos que hacen supeditar el libre albedrío de estos
espíritus a la materia; y al efecto exponemos lo siguiente:
— El espiritu — dice el doctor Hermán Scheffer — • no es otra
cosa que una fuerza de la materia, resultando inmediatamente de
la actividad nerviosa: más objetamos con Flammarión, ¿de dónde
viene esa actividad ner\'iosa?, ¿qué es sino el espíritu el punto
donde radica esa potencia? ¿Acaso es el alma la que obedece y se
somete al cuerpo o éste al alma. . .?
Dogmas son que caen por su base y a los que no debemos
dar importancia aunque hayan sido sostenidos por eminencias
como Laugel, Maleschott. Bücher y otros afamados profesores.
Téngase presente que nuestro espíritu se halla constituido de
tal modo, que en su composición entran una inmensidad de peque-
ños espíritus, que trabajan constantemente en el desarrollo de
nuestras ideas y éstos en relación directa con los gnomos son los
que producen en nuestra alma sensaciones de placer, alegría, va-
lor, cariño, simpatía, temor, tristeza y otras muchas que sin dar-
nos cuenta exacta de su origen, se apoderan de nosotros de un
modo absoluto.
Estos espíritus son tan diminutos que para hacer su compara-
ción, habríamos de decir que parecen átomos ( 1 ) , lo cual no es
obstáculo para que sean tan exactos en el cumplimiento de su de-
ber, que tan pronto como aparecemos a la faz del orbe y aspira-
mos el primer hálito de vida, ya somos víctimas de su benéfica in-
vasión, que nos acompaña y dirige hacia el término del destino
que la providencia nos señaló de antemano.
Tan complejo, amplio e importante es ese papel que desem-
peñan en nuestra existencia, que casi podemos decir que depen-
(1) Véase el capítulo siguiente que trata de "lo infinito".
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