Page 69 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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feldespato, mica y ortosa, que se elevan a infinidad de metros
sobre el nivel del mar, permanecen inmóviles y en reposo absoluto.
Pues no; ¡vibran todas sus moléculas, por razón de la cohesión y
expansión de los átomos en que el éter imprime su movimiento y
vacilaréis ahora si os digo que la materia viva es incesante en sus
fases cuando hasta las masas, inanimadas aparentemente no lo
son? y más aún, si confesáis que la materia organizada está cons-
tantemente en vigor ¿qué diréis de los espíritus en cuya substan-
cia se sintetizan estas cualidades y una poderosa de que carecen
el resto de los elementos del cosmos?. .
Nada más bello que abandonarse a estos espíritus que nos
proporcionan placeres quizá platónicos, porque nuestro ser no dis-
fruta al unísono del alma, pero ésta se purifica y aprende a pen-
sar en lo divino o sobrenatural cuando transpórtannos estos gracio-
sos espíritus en alas del deseo a regiones ignotas y nos hace expe-
rimentar mil sensaciones que nos sobrecogen de respeto haciendo
brotar en nuestra mente ideas vagas como bosquejos de una feli-
cidad anhelada que empieza a conseguirse.
Hacen arrugar nuestra frente acreditando utopías posibles
para nosotros que empezamos a esclarecer con su luz germinadora
y gozamos un éxtasis embelesador elevándonos cada vez más al
sol esplendente de la verdad, el que brilla en el inmenso espacio
del Bien supremo.
Angeles del infortunio luchan contra la maldad imposibilitan-
do su progreso aunque no pueden destruirla obedeciendo a leyes
de la naturaleza.
Con facilidad observamos la ingerencia de estos espíritus ca
nuestros designios, puesto que están íntimamente unidos a ellos;
así es que si llevamos a cabo un daño, tras la vacilación interior,
tenemos el remordimiento, y si se trata de un bien el gozo inefa-
ble de una dicha unida a la satisfacción frecuente que el alma ma-
nifiesta por una obra realizada. ¿Cómo podemos explicarnos esa
alegría a ese pesar "sui generis" de que nos vemos poseídos a ve-
ces, sin causa visible que le despierte, si no es por los gnomos que
graban en el centro de nuestro sisema nervioso los ecos de un
próximo acontecimiento? Son ellos que nos avisan, no para dar
margen a nuestro desenfreno o abatimiento, sino para precaver-
nos de una impresión repentina
y para que vayamos poco a poco
familiarizándonos con la tentación que vamos a sufrir, haciéndo-
nos de este modo superiores a nosotros mismos.
¿No es verdad que. cuando hablamos de una persona a quien
no hemos visto desde largo tiempo, suele suceder que apsurece an-
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