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la programación y del intercambio incesante entre nuestra actividad interior y el
espacio exterior. Por ello, ciertas personas que poseen una actividad interior. muy
intensa no encuentran dificultad alguna para componer los signos. Su rica
experiencia corporal les proporciona una sensación de facilidad. Por el contrario, las
personas con una actividad interior inhibida y poco desarrollada experimentan una
tremenda dificultad para el ejercicio caligráfico. Por consiguiente, podemos afirmar
que si nuestra actividad interior constituye la base de nuestra relación con nosotros
mismos y es también la base de nuestra relación con el mundo, estas dos relaciones
están íntimamente ligadas, y el mero hecho de inf1uir sobre éste último, por ejemplo
a través de la caligrafía, nos permite intensificar nuestra actividad interior. En otras
palabras, este fenómeno tiene una acción casi terapéutica sobre nuestro equilibro y
Claude Mediavilla, 1987. Acrílico sobre fondo
de arena del Loira. Formato: 120 K 120 cm.
nuestras energías. De ahí la gran admiración por esta disciplina. Además, la práctica
asidua de la caligrafía revitaliza el organismo y refuerza su resistencia a las
agresiones exteriores y al envejecimiento. El ejercicio intensivo y culto del gesto
fortalece la energía interior, primero sobre el plano caligráfico y después con
respecto al ser entero. Cuando un calígrafo empieza su calentamiento ante la mesa
de trabajo, activa energías y fuerzas que emanan de las distintas partes de su
cuerpo: energía física, fuerza muscular del brazo y de la mano, etc. Por otra parte, su
actividad interior proyecta sobre el papel su experiencia corporal, que a su vez da
origen a las formas expresivas. No obstante, al alcanzar la maestría de los medios, el
calígrafo accede a un estado de serenidad muy particular que se caracteriza por una
concentración extrema; cesa todo esfuerzo y el utensilio parece moverse solo.
DE LA CALIGRAFÍA A LA ABSTRACCIÓN 281