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Gra~lsmo abstrarlo que evidenria la vivaridacl
de los traws, la riquer.a ele las formas, a~r como
el contraste entre ltls gruesos y los perfiles.
casos existen signos convencionales que pueden ser vaciados de su senl ido primero
a través de un tratamiento de gran calidad formal. Adquieren desde ese momento
una condición de forma pura. Observamos particularmente este fenómeno en la
caligrañil ornan1ental china, árabe e incluso latina, tlonde una simbología abstracta
se superpone a la mera lectura hasta el punto de convertirse en una semántica
nueva. El jt1ego de los intercambios entre la forma y el signo constituye, sin lugar
a c..ludas, una de las metamorfosis más fascinantes.
Las características de la forma
Una idea bastante generalizada consiste en creer que un espectador no informado.
guiado solo por su intuición, es capaz ue percibir una obn1. Nada más lejos de la
realidad. En algunos casos, disfrutar de una obra presupone contar con una mínima
iniciación. Un entendimiento de las formas y de sus relaciones nos permite observar
con una mirada serena y, dac..lo el caso, sentir placer. Para el artista, este conocimiento
le permite crear con mayor seguridad porque deja menos espacio al azar. Le permite
tlll control más efectivo de las formas que constituyen el materiaJ de base. Algunos
pintores prefieren trabajar de una manera intuitiva, confiando solo en su
sensibilidad. Si el resultado parece satisfactorio, no hay razón para que se planteen
cambiar de método. No obstante, la mayoría de los artistas necesitan disponer de
algún punto ele referencia, ya que la forma se define por varios parámetros: los
contornos, la dimensión, la posición, la dirección, el contraste
y el color. A estos elementos se suma la materia o textura, que es susceptible de
modificar profundamente el aspecto formal. El primero de estos parámetros parece,
con diferencia, el más importante: la identidad de la forma la conforman los
contorno:,. La más mínima torpeza o falta de tensión produce efectos detestables en
cuanto a la percepción. La igualdad, la ausencia de contraste, el falso movimiento,
la pesadez, la flaccidez y la indecisión alteran la fom1a y rompen toda relación
emocional con el espectador. Las formas aleatorias y torpes producen siempre una
obra mediocre, mientras que las formas sutiles y nerviosas dan pie a una
col'nposición en la que reinan la m·monfa, la emoción y el misterio.
Si nos situamos en el ámbito de la percepción, toda voluntad de creación
abstracta reposa sobre la noción de la vida interior de las formas. Este principjo
consiste en distinguir entre los elementos gráficos vivos, pertinentes, y los trazos
mortinatos, inconsistentes e inexpresivos, que constituyen otros tantos desechos
forma les, perjudiciales para la composición. No entender esto equivale a no acceder
jamás al verdadero lenguaje abstracto. Admitirlo supone cierto replanteamiento del
r)lodo en que se ha comprendido la abstracción hasta ahora. Tal constatación posee
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