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ALEJANDRO MAGNO.-98
entre todas, que, por serlo, no quería entre-
garse al macedonio, sino que prefería, por pa-
recerle más digno, solicitar su alianza.
Con este fin enviaron a Alejandro embaja-
dores que le llevaron una espléndida corona
de oro y toda clase de vív~es. El rey, que
tenía situado su campamento en cierto lugar
separado de la ciudad sólo por un brazo de
mar, agradeció mucho aquellos presentes,
trató con mucha cortesía-a los embajadores y
alab6 la ciudad de modo extremado. Dióles,
al mismo tiempo a entender su deseo de en-
trar en la ciudad de modo amistoso, para ha-
cer sacrificio en el templo de Hércules, de
quien los reyes de Macedonia creían descen-
der.
Respondiéronle los embajadores que no ne,.
cesitaba penetrar en su ciudad para ello, pues
fuera de ella~ en la antigua Tiro, había oti:o
templo consagrado a Hércules, donde lo po-
dría hacer. Al escuchar tan descortés y des-
confiada respuesta, Alejandro no pudo repri-
mir su indignación y, dejando a un _lado su
natural bondad, dijo a los emisarios que, si
por estar en una isla despreciaban el poder de
su ejército no tardada él én dem<>strarle~ que