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99.-LOS GRANDES HOMBRES
a él lo mismo le daba la tierra que el mar, y
que, a pesar suyo, no tardaría en entrar a san-
gre y fuego en la ciudad.
Enterados los tirios, por sus embajadores,
de esta decisi6n de Alejandro, se rieron de
ella, y siguieron firmes en su prop6sito de
mantener cerradas sus puertas a aquel a
quien se las habían abierto todas las otras
ciudades· de Siria y Fenicia. Confiaban pa-
ra su defensa, en la magnífica situación de
Tiro, situada entonces sobre una isla, en la
furia con que el mar batía, se revolvía, se le-
vantaba sobre el estrecho en aquel lugar,
destrozando cuantos obstáculos se le oponían.
Confiaban también en las altísimas murallas
que la defendían, y en su escuadra todavía
muy poderosa, y reforzada en aquella ocasión
con la ayuda de Cartago, entonces reina delos
mares. Por todo lo cual, en vez de pactar con
Alejandro, como había sido primero su inten-
ción, se aprestaron a construir nuevas armas
y máquinas de guerra con que resistirle.
A todo esto Alejandro sentía haberse de-
jado llevar de la cólera. Comprendía que,
teniendo que aguardar, para poner sitio a Ti-
ro, la llegada de su flota, que aun estaba lejos,