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101.-LOS GRANDES HOMBRES
dos. Sabía que nada podía inclinarlos tanto a
obrar maravillas como la intervención de lo
maravilloso, y así, fingió que, en sueños, se
le había aparecido Hércules, y que tendién-
dole la mano, el dios le había abierto las puer-
tas para que entrase en la ciudad. Después
ponderó mucho y se quejó amargamente de
la atrocidad cometida par los tirios en sus Gm-
bajadores, lo que era una violación de todas
las leyes de paz y de guerra ... Y los mace-
donios, a un tiempo esperanzados y enardeci-
dos, pusieron manos a la obra. Emplearon en
ella las piedras que aun hoy se conservan en-
tre las ruinas de la antigua ciudad de Tiro, y
la madera de los enormes árboles que les dió
el monte Líbano.
En el cieno-pues aunque furioso era allí el
mar muy poco profundo-clavaban las esta-
cas, y después rellenaban, rellenaban con pie-
dras ... Los macedonios trabajaban con verda-
dero ardor, y Alejandro lo presenciaba todo y
todo lo dirigía.
La obra avanzaba, avanzaba. Dijérase que
el continente extendía poco a poco una garra
con que asir la ciudad. Mas cuando la obra
-mil veces hecha y otras tantas deshecha