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El aire era tan cálido, tan sofocante, que a~
fixiaba. Mas he aquí que, de pronto, cuando
ya se consideraban cercanos a la muerte los
macedonios, se cubrió de nubes el cielo, se ve-
ló con ellas el sol, y cayó una copiosísima
. lluvia, que los acompañ~ntes de Alejandro,
ávidos de aquella bendici6n del cielo, recogfan
en sus bocas ~biertas. Más tarde, un violen-
tísimo huracán del Sur levantó tan enorme
cantidad de arena, que quedaron: borrados to-
dos los senderos y los hombres ide la caravana
estuvieron a punto de perecer sepultados.
Cerca ya del término de su viaje hallaron
los macedonios una gran bandada de cuervos
que volaron delante de ellos como enseñándo-
les el camino que seguir debían. Y fué de to-
dos asombro el ver aparecer, en medio del
horrible desierto, el templo de Amm6n, bella-
mente rodeado de jardines, de palmeras y oli--
vos y fuentes. El más antiguo de los sacerdo-
tes de Ammón se adelantó a recibir a Alejan.
dro, diciéndole que lo hada en nombre de Jú'-
piter, su padre. Alejandro, a quien empezaba
ya a ensoberbecer su mucha gloria, pregunt6
al oráculo si llegaría a ser dueño del Univer-
so. Y el sacerdote, tan atento a falisonji cottlo