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A L E J A N D RO  M A G N O ,- t 12

               El aire era tan cálido, tan sofocante, que a~
               fixiaba.  Mas he aquí que, de pronto, cuando
               ya se consideraban cercanos  a la muerte los
               macedonios, se cubrió de nubes el cielo, se ve-
               ló  con  ellas  el  sol,  y  cayó  una  copiosísima
              . lluvia,  que  los  acompañ~ntes  de  Alejandro,
               ávidos de aquella bendici6n del cielo, recogfan
               en  sus bocas ~biertas.  Más tarde, un violen-
               tísimo huracán del Sur levantó  tan enorme
               cantidad de arena, que quedaron: borrados to-
               dos los senderos y los hombres ide la caravana
               estuvieron a punto de perecer sepultados.
                 Cerca ya del término de su viaje hallaron
               los macedonios una gran bandada de cuervos
               que volaron delante de ellos como enseñándo-
               les el camino que seguir debían. Y fué de to-
               dos  asombro  el  ver  aparecer,  en  medio  del
              horrible desierto, el templo de Amm6n, bella-
              mente rodeado de jardines, de palmeras y oli--
              vos y fuentes. El más antiguo de los sacerdo-
              tes de Ammón se adelantó a recibir a Alejan.
              dro, diciéndole que lo hada en nombre de Jú'-
              piter, su padre. Alejandro, a quien empezaba
              ya a ensoberbecer su mucha gloria, pregunt6
              al oráculo si llegaría a ser dueño del Univer-
              so. Y el sacerdote, tan atento a falisonji cottlo
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