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su. patria, niega a su padre, y pretende que
se le venere como a un dios.
Llegaron estas murmuraciones a oídos de .
Alejandro, quien ordenó que se hicieran gran-
des sacrificios al Sol y a la Tierra y ordenó
después que se divulgara la noticia de que,
según los adivinos egipcios, aquellos presa-
gios no eran sino f elicísimos para los mace-
donios. - 1
i
Más tranquilos los hombres de Alejandro, 1
continuaron al día siguiente su marcha en
busca de las tropas de Darío, que estaban
acampadas en Gangamela,_ cerca de la ciudad
deArbe1as.
El desastre de Isso había servido de prove-
chosa lección a DárÍO ... Escogió, pues, esta
vez, para aguardar a Alejandro, una extensa
llanura, cuyas pequeñas desigualdades había
hecho allanar, dejando el campo por completo
raso. Allí reunió un formidable ejército com-
puesto de un millón de hombres, cuarenta mil
caballos, quince elefantes, según dice Arria-
no, y más de doscientos carros.
Alejandro acamp6 a prudente distancía y
fortificó su campo con fosos y vallas, dando
después a sus soldados un largo descanso. A