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ALEJANDRO MAGNO.-78
pez6 a pensar que acaso tenfa miedo al con-
templar su inmenso poder.
· Mas Alejandro no tenía miedo, que no lo
podía tener. Alejandro no avanzaba, no iba
al encuentro de su ~nemigo, porque estaba
enfermo. Cuéntase que habiendo llegado cu-
bierto de calor y polvo, en un día de los m!s
rigurosos del verano, a la orilla del río Cidno,
quiso refrigerar en la frescura de aquellas
aguas la ardiente fatiga del camino y resol-
vi6 ba:ñarse en ellas sin pararse a reflexionar
el peligro a que se exponía. Y, no bien hubo
entrado en el río se apoder6 de él un frío tan·
grande que los que le acompañaban le tuvie-
ron que llevar sin sentido a su tienda.
Todos los médicos que se hallaban con Ale-
jandro en tal ocasi6n fueron _de parecer de que.
¡ moriría, y ninguno se atrevía a encargarse
de su curaci6n por temor de la responsabili-
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1 dad en que incurrirían, de morir el monarca.
Y en esta gran tribulación todos se lamenta-
ban, deshechos en !!grimas e imaginando lo
que sería del ejército ante el empuje de Darlo,
si le faltaba su supremo jefe. Y prorrumpían·
en agudos gemidos quejándose de que se les
quitase y arr~batª~e ae <:11tr~ lafil tU:\-tl.O:>J en
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