Page 191 - El Retorno del Rey
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luego  de  la  Ultima  Alianza,  cuando  los  hombres  del  Oesternesse  vigilaban  el
      maléfico país de Sauron, donde todavía acechaban muchas criaturas. Pero aquí
      como en Narchost y Carchost, las Torres de los Dientes, la vigilancia se había
      debilitado, y la traición había entregado la Torre al Señor de los Espectros del
      Anillo; y ahora, desde hacía largos años, estaba en manos de seres maléficos. Al
      retornar a Mordor, Sauron la había considerado útil, pues aunque no tenía muchos
      servidores, le sobraban en cambio los esclavos sometidos por el terror; y ahora,
      como  antaño,  el  propósito  principal  de  la  Torre  era  impedir  que  huyesen  de
      Mordor. Pero si un enemigo era tan temerario como para tratar de introducirse
      secretamente  en  el  país,  entonces  la  Torre  era  también  una  atalaya  última  y
      siempre alerta contra cualquiera que lograse burlar la vigilancia de Morgul y de
      Ella-Laraña.
        Sam  entendía  muy  bien  que  deslizarse  por  debajo  de  aquellos  muros  de
      muchos ojos y evitar la vigilancia de la puerta era del todo imposible. Y aun si
      entraba, no podría llegar muy lejos: el camino del otro lado de la puerta estaba
      vigilado, y ni las sombras negras agazapadas en los recovecos donde no llegaba
      la  luz  roja  lo  protegerían  durante  mucho  tiempo  de  los  orcos.  Pero  por
      desesperado  que  fuera  aquel  camino,  la  empresa  que  ahora  le  aguardaba  era
      mucho peor: no evitar la puerta y escapar, sino transponerla, a solas.
      Pensó por un momento en el Anillo, pero no encontró en él ningún consuelo, sólo
      peligro  y  miedo.  Tan  pronto  como  viera  el  Monte  del  Destino,  ardiendo  en
      lontananza, había notado un cambio en el Anillo. A medida que se acercaba a los
      grandes hornos donde fuera forjado y modelado, en los abismos del tiempo, el
      poder  del  Anillo  aumentaba,  y  se  volvía  cada  vez  más  maligno,  indomable
      excepto  quizá  para  alguien  de  una  voluntad  muy  poderosa.  Y  aunque  no  lo
      llevaba en el dedo, sino colgado del cuello en una cadena, Sam mismo se sentía
      como  agigantado,  como  envuelto  en  una  enorme  y  deformada  sombra  de  sí
      mismo, una amenaza funesta suspendida sobre los muros de Mordor. Sabía que
      en  adelante  no  le  quedaba  sino  una  alternativa:  resistirse  a  usar  el  Anillo,  por
      mucho que lo atormentase; o reclamarlo, y desafiar el Poder aposentado en la
      fortaleza oscura del otro lado del valle de las sombras. El Anillo lo tentaba ya,
      carcomiéndole  la  voluntad  y  la  razón.  Fantasías  descabelladas  le  invadían  la
      mente;  y  veía  a  Samsagaz  el  Fuerte,  el  Héroe  de  la  Era,  avanzando  con  una
      espada  flamígera  a  través  de  la  tierra  tenebrosa,  y  los  ejércitos  acudían  a  su
      llamada mientras corría a derrocar el poder de Barad-dûr. Entonces se disipaban
      todas las nubes, y el sol blanco volvía a brillar, y a una orden de Sam el valle de
      Gorgoroth  se  transformaba  en  un  jardín  de  muchas  flores,  donde  los  árboles
      daban frutos. No tenía más que ponerse el Anillo en el dedo, y reclamarlo, y todo
      aquello podría convertirse en realidad.
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