Page 195 - El Retorno del Rey
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mano: tironeando de la cadena, aferró el Anillo. Pero no llegó a ponérselo en el
      dedo, pues en el preciso instante en que lo apretaba contra el pecho, un orco saltó
      de un vano oscuro a la derecha, y se precipitó hacia él. Cuando estuvo a no más
      de  seis  pasos  de  distancia,  levantó  la  cabeza  y  descubrió  a  Sam.  Sam  oyó  la
      respiración jadeante del orco, y vio el fulgor de los ojos inyectados en sangre. El
      orco  se  detuvo,  despavorido.  Porque  lo  que  vio  no  fue  un  hobbit  pequeño  y
      asustado tratando de sostener con mano firme una espada: vio una gran forma
      silenciosa, embozada en una sombra gris, que se erguía ante él a la trémula luz de
      las  antorchas;  en  una  mano  esgrimía  una  espada,  cuya  sola  luz  era  un  dolor
      lacerante; la otra la tenía apretada contra el pecho, escondiendo alguna amenaza
      innominada de poder y destrucción.
        El orco se agazapó un momento, y en seguida, con un alarido espeluznante
      dio media vuelta y huyó por donde había venido. Jamás un perro a la vista de la
      inesperada  fuga  de  un  adversario  con  el  rabo  entre  las  piernas  se  sintió  más
      envalentonado  que  Sam  en  aquel  momento.  Con  un  grito  de  triunfo,  partió  en
      persecución del fugitivo.
        —¡Sí! ¡El guerrero elfo anda suelto! —exclamó. Ya voy y te alcanzo. ¡O me
      indicas el camino para subir, o te desuello!
        Pero el orco estaba en su propia guarida, era ágil, y comía bien. Sam era un
      extraño,  y  estaba  hambriento  y  cansado.  La  escalera  subía  en  espiral,  alta  y
      empinada.  Sam  empezó  a  respirar  con  dificultad.  Y  el  orco  no  tardó  en
      desaparecer, y ya sólo se oía, cada vez más débil, el golpeteo de los pies que
      corrían y trepaban. De tanto en tanto el orco lanzaba un grito y el eco resonaba
      en las paredes. Pero poco a poco los pasos se perdieron a lo lejos.
        Sam avanzaba pesadamente. Tenía la impresión de estar en el buen camino y
      esto le daba nuevos ánimos. Soltó el Anillo y se ajustó el cinturón.
        « ¡Bravo!»   dijo.  « Si  a  todos  les  disgustamos  tanto,  Dardo  y  yo,  las  cosas
      pueden terminar mejor de lo que yo pensaba. En todo caso, parece que Shagrat,
      Gorbag y compañía han hecho casi todo mi trabajo. ¡Fuera de esa rata asustada,
      creo que no queda nadie con vida en este lugar!»
        Y  entonces  se  detuvo  bruscamente  como  si  se  hubiese  golpeado  la  cabeza
      contra el muro de piedra. De pronto, con la fuerza de un golpe, entendió lo que
      acababa de decir. ¡No queda nadie con vida! ¿De quién había sido entonces aquel
      escalofriante grito de agonía?
        —¡Frodo, Frodo! ¡Mi amo! —gritó, casi sollozando—. Si te han matado ¿qué
      haré? Bueno, estoy llegando al final, a la cúspide, y veré lo que haya que ver.
      Subía  y  subía.  Salvo  una  que  otra  antorcha  encendida  en  un  recodo  de  la
      escalera, o junto a una de las entradas que conducían a los niveles superiores de
      la torre, todo era oscuridad. Sam trató de contar los peldaños, pero después de los
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