Page 198 - El Retorno del Rey
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ahora  completaré  mi  obra.  —Saltó  sobre  el  cuerpo  caído,  pateándolo  y
      pisoteándolo con furia, mientras se agachaba una y otra vez para acuchillarlo.
      Satisfecho al fin, levantó la cabeza con un horrible y gutural alarido de triunfo.
      Lamió el puñal, se lo puso entre los dientes, y recogiendo el bulto se encaminó
      cojeando hacia la puerta más cercana de la escalera.
        Sam no tuvo tiempo de reflexionar. Hubiera podido escabullirse por la otra
      puerta, pero difícilmente sin ser visto; y no hubiera podido jugar mucho tiempo al
      escondite con aquel orco abominable. Hizo sin duda lo mejor que podía hacer en
      aquellas circunstancias. Dio un grito, y salió de un salto al encuentro de Shagrat.
      Aunque ya no lo apretaba contra el pecho, el Anillo estaba presente: un poder
      oculto, una amenaza para los esclavos de Mordor; y en la mano tenía a Dardo,
      cuya luz hería los ojos del orco como el centelleo de las estrellas crueles en los
      temibles países élficos, y que se aparecían a los de su raza en unas pesadillas de
      terror helado. Y Shagrat no podía pelear y retener al mismo tiempo el tesoro. Se
      detuvo, gruñendo, mostrando los colmillos. Entonces una vez más, a la manera de
      los orcos, saltó a un lado, y utilizando el pesado bulto como arma y escudo, en el
      momento en que Sam se abalanzaba sobre él, se lo arrojó con fuerza a la cara.
      Sam  trastabilló,  y  antes  que  pudiera  recuperarse,  Shagrat  corría  ya  escaleras
      abajo.
        Sam  se  precipitó  detrás  maldiciendo,  pero  no  llegó  muy  lejos.  Pronto  le
      volvió  a  la  mente  el  pensamiento  de  Frodo,  y  recordó  que  el  otro  orco  había
      entrado en la torre. Se encontraba ante otra terrible disyuntiva, y no era tiempo
      de  ponerse  a  pensar.  Si  Shagrat  lograba  huir,  pronto  regresaría  con  refuerzos.
      Pero si Sam lo perseguía, el otro orco podía cometer entre tanto alguna atrocidad.
      Y de todos modos, quizá Sam no alcanzara a Shagrat, o quizás él lo matara. Se
      volvió con presteza y corrió escaleras arriba.
        « Me imagino que he vuelto a equivocarme» , suspiró. « Pero ante todo tengo
      que subir a la cúspide pase lo que pase.»
        Allá abajo Shagrat descendió saltando las escaleras, cruzó el patio y traspuso
      la  puerta,  siempre  llevando  la  preciosa  carga.  Si  Sam  hubiera  podido  verlo  e
      imaginarse  las  tribulaciones  que  desencadenaría  esta  fuga,  quizás  habría
      vacilado. Pero ahora estaba resuelto a proseguir la busca hasta el fin. Se acercó
      con  cautela  a  la  puerta  de  la  torre  y  entró.  Dentro,  todo  era  oscuridad.  Pero
      pronto la mirada alerta del hobbit distinguió una luz tenue a la derecha. Venía de
      una  abertura  que  daba  a  otra  escalera  estrecha  y  oscura:  y  parecía  subir  en
      espiral alrededor de la pared exterior de la torre. Arriba, en algún lugar, brillaba
      una antorcha.
        Sam empezó a trepar en silencio. Llegó hasta la antorcha que vacilaba en lo
      alto de una puerta a la izquierda, frente a una tronera que miraba al oeste: uno de
      los ojos rojos que Frodo y él vieran desde abajo a la entrada del túnel. Pasó la
      puerta rápidamente y subió de prisa hasta la segunda rampa, temiendo a cada
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