Page 202 - El Retorno del Rey
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¿Puede caminar?
—Sí, puedo —dijo Frodo, mientras se ponía de pie con lentitud—. No estoy
herido, Sam. Sólo que me siento muy fatigado, y me duele aquí. —Se tocó la
nuca por encima del hombro izquierdo. Y cuando se irguió, Sam tuvo la
impresión de que estaba envuelto en llamas: a la luz de la lámpara que pendía del
techo la piel desnuda de Frodo tenía un tinte escarlata. Dos veces recorrió Frodo
la habitación de extremo a extremo.
—¡Me siento mejor! —dijo, un tanto reanimado—. No me atrevía ni a
moverme cuando me dejaban solo, pues en seguida venía uno de los guardias.
Hasta que comenzó la pelea y el griterío. Los dos brutos grandes: se peleaban,
creo. Por mí o por mis cosas. Y yo yacía allí, aterrorizado. Y luego siguió un
silencio de muerte, lo que era aún peor.
—Sí, se pelearon, evidentemente —dijo Sam—. Creo que había aquí más de
doscientas de esas criaturas infectas. Demasiado para Sam Gamyi, diría yo.
Pero se mataron todos entre ellos. Fue una suerte, pero es un tema demasiado
largo para inventar una canción, hasta que hayamos salido de aquí. ¿Qué
haremos ahora? Usted no puede pasearse en cueros por la Tierra Tenebrosa,
señor Frodo.
—Se han llevado todo, Sam —dijo Frodo—. Todo lo que tenía. ¿Entiendes?
¡Todo! —Se acurrucó otra vez en el suelo con la cabeza gacha, abrumado por la
desesperación, al comprender, a medida que hablaba, la magnitud del desastre
—. La misión ha fracasado, Sam. Aunque logremos salir de aquí, no podremos
escapar. Sólo quizá los elfos. Lejos, lejos de la Tierra Media, allá del otro lado del
Mar. Si es bastante ancho para escapar a la mano de la Sombra.
—No, no todo, señor Frodo. Y no ha fracasado, aún no. Yo lo tomé, señor
Frodo, con el perdón de usted. Y lo he guardado bien. Ahora lo tengo colgado del
cuello, y por cierto que es una carga terrible. —Sam buscó a tientas el Anillo en
la cadena—. Pero supongo que tendré que devolvérselo. Ahora que había llegado
el momento, Sam se resistía a dejar el Anillo y cargar nuevamente a su amo con
aquel fardo.
—¿Lo tienes? jadeó Frodo. ¿Lo tienes aquí? ¡Sam, eres una maravilla! —De
improviso, la voz de Frodo cambió extrañamente—. ¡Dámelo! —gritó,
poniéndose de pie, y extendiendo una mano trémula—. ¡Dámelo ahora mismo!
¡No es para ti!
—Está bien, señor Frodo —dijo Sam, un tanto sorprendido—. ¡Aquí lo tiene!
—Sacó lentamente el Anillo y se pasó la cadena por encima de la cabeza—.
Pero usted está ahora en el país de Mordor, señor; y cuando salga, verá la
Montaña de Fuego, y todo lo demás. Ahora el Anillo le parecerá muy peligroso,
y una carga muy pesada de soportar. Si es una faena demasiado ardua, yo quizá
podría compartirla con usted.
—¡No, no! —gritó Frodo, arrancando el Anillo y la cadena de las manos de