Page 205 - El Retorno del Rey
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otro capote negro sobre los hombros.
—¡Listo! —dijo—. Ahora estamos iguales, casi. ¡Y es hora de partir!
—No podré hacer todo el trayecto en una sola etapa, Sam —dijo Frodo con
una sonrisa forzada—. Me imagino que habrás averiguado si hay posadas en el
camino. ¿O has olvidado que necesitaremos comer y beber?
—¡Córcholis, sí, lo olvidé! —dijo Sam. Silbó, desanimado—. ¡Ay, señor
Frodo, me ha dado usted un hambre y una sed! No recuerdo cuándo fue la última
vez que una gota o un bocado me pasó por los labios. Tratando de encontrarlo a
usted, no lo he pensado más. ¡Pero espere! La última vez que miré todavía me
quedaba bastante de ese pan del camino, y lo que nos dio el capitán Faramir,
como para mantenernos en pie un par de semanas. Pero si en mi botella queda
algo, no ha de ser más que una gota. De ninguna manera va a alcanzar para dos.
¿Acaso los orcos no comen, no beben? ¿O sólo viven de aire rancio y de veneno?
—No, comen y beben, Sam. La Sombra que los engendró sólo puede
remedar, no crear: no seres verdaderos, con vida propia. No creo que haya dado
vida a los orcos, pero los malogró y los pervirtió; y si están vivos, tienen que vivir
como los otros seres vivos. Se alimentarán de aguas estancadas y carnes
putrefactas, si no consiguen otra cosa, pero no de veneno. A mí me han dado de
comer, y estoy en mejores condiciones que tú. Por aquí, en alguna parte, tiene
que haber agua y víveres.
—Pero no hay tiempo para buscarlos —dijo Sam.
—Bueno, las cosas no pintan tan mal como piensas —dijo Frodo—. En tu
ausencia tuve un golpe de suerte. En realidad, no se llevaron todo. Encontré mi
saco de provisiones entre algunos trapos tirados en el suelo. Lo revisaron,
naturalmente. Pero supongo que el aspecto y el olor de las lembas les repugnó
tanto o más que a Gollum. Las encontré desparramadas por el suelo y algunas
estaban rotas y pisoteadas, pero pude recogerlas. No es mucho más de lo que tú
tienes. En cambio se llevaron las provisiones de Faramir, y acuchillaron la
cantimplora.
—Bueno, no hay nada más que hablar —dijo Sam—. Tenemos lo suficiente
para ahora. Pero lo del agua va a ser un problema. No importa, señor Frodo,
¡coraje! En marcha, o de nada nos servirá todo un lago.
—No, no me moveré de aquí hasta que hayas comido, Sam —dijo Frodo—.
Aquí tienes, come esta galleta élfica, y bébete la última gota de tu botella. Esta
aventura es un desatino y no vale la pena preocuparse por el mañana. Lo más
probable es que no llegue.
Al fin se pusieron en marcha. Bajaron por la escalera de mano, y Sam la
descolgó y la dejó en el pasadizo junto al cuerpo encogido del orco. La escalera
estaba en tinieblas, pero en el tejado se veía aún el resplandor de la Montaña,