Page 201 - El Retorno del Rey
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Estaba  desnudo,  y  yacía  como  desvanecido  sobre  un  montón  de  trapos
      mugrientos; tenía el brazo levantado, protegiéndose la cabeza, y la huella cárdena
      de un latigazo le marcaba el flanco.
        —¡Frodo! ¡Querido señor Frodo! —gritó Sam, casi cegado por las lágrimas
      —. ¡Soy Sam, he llegado! Levantó a medias a su amo y lo estrechó contra el
      pecho. Frodo abrió los ojos.
        —¿Todavía estoy soñando? —musitó—. Pero los otros sueños eran pavorosos.
        —No, mi amo, no está soñando —dijo Sam—. Es real. Soy yo. He llegado.
        —Casi no puedo creerlo —dijo Frodo, aferrándose a él—. ¡Había un orco con
      un  látigo,  y  de  pronto  se  transforma  en  Sam!  Entonces,  después  de  todo,  no
      estaba soñando cuando oí cantar ahí abajo, y traté de responder. ¿Eras tú?
        —Sí,  señor  Frodo,  era  yo.  Casi  había  perdido  las  esperanzas.  No  podía
      encontrarlo a usted.
        —Bueno, ahora me has encontrado, querido Sam —dijo Frodo, y se reclinó
      en los brazos afectuosos de Sam, y cerró los ojos como un niño que descansa
      tranquilo cuando una mano o una voz amada han ahuyentado los miedos de la
      noche.
        Sam  hubiera  deseado  permanecer  así,  eternamente  feliz,  hasta  el  fin  del
      mundo: pero no le estaba permitido. No bastaba que hubiera encontrado a Frodo,
      todavía tenía que tratar de salvarlo. Le besó la frente.
        —¡Vamos!  ¡Despierte,  señor  Frodo!  dijo,  procurando  parecer  tan  animado
      como cuando en Bolsón Cerrado abría las cortinas de la alcoba en las mañanas
      de estío.
        Frodo suspiró y se incorporó.
        —¿Dónde estamos? ¿Cómo llegué aquí? —preguntó.
        —No  hay  tiempo  para  historias  hasta  que  lleguemos  a  alguna  otra  parte,
      señor Frodo —dijo Sam—. Pero estamos en la cúspide de la torre que usted y yo
      vimos  allá  abajo,  cerca  del  túnel,  antes  que  los  orcos  lo  capturasen.  Cuánto
      tiempo hace de esto, no lo sé. Más de un día, sospecho.
        —¿Nada  más?  —dijo  Frodo—.  Parece  que  fueran  semanas.  Si  hay  una
      oportunidad,  tendrás  que  contármelo  todo.  Algo  me  golpeó  ¿no  es  así?  Y  me
      hundí  en  las  tinieblas  y  en  sueños  horripilantes,  y  al  despertar  descubrí  que  la
      realidad  era  peor  aún.  Estaba  rodeado  de  orcos.  Creo  que  me  habían  estado
      echando por la garganta algún brebaje inmundo y ardiente. La cabeza se me iba
      despejando, pero me sentía dolorido y agotado. Me desnudaron por completo, y
      luego vinieron dos bestias gigantescas y me interrogaron, me interrogaron hasta
      que  creí  volverme  loco;  y  me  acosaban,  y  se  regodeaban  viéndome  sufrir,  y
      mientras  tanto  acariciaban  los  cuchillos.  Nunca  podré  olvidar  aquellas  garras,
      aquellos ojos.
        —No los olvidará, si sigue hablando de ellos, señor Frodo —dijo Sam—. Si no
      queremos  verlos  otra  vez,  cuanto  antes  salgamos  de  aquí,  mejor  que  mejor.
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