Page 199 - El Retorno del Rey
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momento que lo atacaran o unos dedos lo estrangularan apretándole el cuello
desde atrás. Se acercó a una ventana que miraba al este; otra puerta iluminada
por una antorcha se abría a un corredor en el centro de la torre. La puerta estaba
entornada y el corredor a oscuras, excepto por la lumbre de la antorcha y el
resplandor rojo que se filtraba a través de la tronera. Pero aquí la escalera se
interrumpía. Sam se deslizó por el corredor. A cada lado había una puerta baja;
las dos estaban cerradas y trancadas. No se oía ningún ruido.
« Un callejón sin salida» , masculló Sam, « ¡después de tanto subir! No es
posible que esta sea la cúspide de la torre. ¿Pero qué puedo hacer ahora?»
Volvió a todo correr a la rampa inferior y probó la puerta. No se movió. Subió
otra vez corriendo; el sudor empezaba a gotearle por la cara. Sentía que cada
minuto era precioso, pero uno a uno se le escapaban; y nada podía hacer. Ya no
le preocupaba Shagrat ni Snaga ni ningún orco alguna vez nacido. Sólo quería
encontrar a Frodo, volver a verle la cara, tocarle la mano.
Por fin, cansado y sintiéndose vencido, se sentó en un escalón, bajo el nivel
del suelo del corredor, y hundió la cabeza entre las manos. El silencio era
inquietante. La antorcha ya casi consumida chisporroteó y se extinguió; y las
tinieblas lo envolvieron como una marea. De pronto, sorprendido él mismo,
impulsado no sabía por qué pensamiento oculto, al término de aquella larga e
infructuosa travesía, Sam se puso a cantar en voz baja.
En aquella torre fría y oscura la voz de Sam sonaba débil y temblorosa: la voz
de un hobbit desesperanzado y exhausto que un orco nunca podría confundir con
el canto claro de un Señor de los Elfos. Canturreó viejas tonadas infantiles de la
Comarca, y fragmentos de los poemas del señor Bilbo que le venían a la
memoria como visiones fugitivas del hogar. Y de pronto, como animado por una
nueva fuerza, la voz de Sam vibró, improvisando palabras que se ajustaban a
aquella tonada sencilla.
En las tierras del Oeste bajo el Sol
las flores crecen en Primavera,
los árboles brotan, las aguas fluyen,
los pinzones cantan.
O quizás es una noche sin nubes
y de las hayas que se mecen,
entre el ramaje del cabello,
las Estrellas Élficas
cuelgan como joyas blancas.
Aquí yazgo, al término de mi viaje,
hundido en una oscuridad profunda:
más allá de todas las torres altas y poderosas,
más allá de todas las montañas escarpadas,
por encima de todas las sombras cabalga el Sol