Page 197 - El Retorno del Rey
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las tripas. No serás capitán por mucho tiempo cuando ellos se enteren de todo lo
      que  pasó.  Combatí  por  la  Torre  contra  esas  pestilentes  ratas  de  Morgul,  pero
      menudo desastre habéis provocado vosotros dos, valientes capitanes, al disputaros
      el botín.
        —Ya  has  dicho  bastante  —gruñó  Shagrat—.  Yo  tenía  órdenes.  Fue  Gorbag
      quien empezó, al tratar de birlarme la bonita camisa.
        —Sí,  pero  tú  lo  sacaste  de  sus  casillas,  con  tus  aires  de  superioridad.  Y  de
      todos  modos,  él  fue  más  sensato  que  tú.  Te  dijo  más  de  una  vez  que  el  más
      peligroso de estos espías todavía anda suelto, y no quisiste escucharlo. Y ahora
      tampoco quieres escuchar. Te digo que Gorbag tenía razón. Hay un gran guerrero
      que anda merodeando por aquí, uno de esos Elfos sanguinarios, o uno de esos
      tarcos inmundos. Te digo que viene hacia aquí. Has oído la campana. Pudo eludir
      a los Centinelas, y eso es cosa de tarcos. Está en la escalera. Y hasta que no salga
      de allí, no pienso bajar. Ni aunque fuera un Nazgûl lo haría.
        —Con  que  esas  tenemos  ¿eh?  —aulló  Shagrat—.  ¿Harás  esto,  y  no  harás
      aquello?  ¿Y  cuando  llegue,  saldrás  disparado  y  me  abandonarás?  ¡No,  no  lo
      harás! ¡Antes te llenaré la panza de agujeros rojos!
        Por la puerta de la torre de atalaya salió volando Snaga, el orco más pequeño.
      Y detrás de él apareció Shagrat, un orco enorme cuyos largos brazos, al correr
      encorvado, tocaban el suelo. Pero uno de los brazos le colgaba inerte, y parecía
      estar  sangrando;  con  el  otro  apretaba  un  gran  bulto  negro.  Desde  detrás  de  la
      puerta de la escalera, Sam alcanzó a ver a la luz roja la cara maligna del orco:
      estaba  marcada  como  por  garras  afiladas  y  embadurnada  de  sangre;  de  los
      colmillos salientes le goteaba la baba; la boca gruñía como un animal.
        Por lo que Sam pudo ver, Shagrat persiguió a Snaga alrededor del techo hasta
      que el orco más pequeño se agachó y logró esquivarlo; dando un alarido, corrió
      hacia la torre y desapareció. Shagrat se detuvo. Desde la puerta que miraba al
      este,  Sam  lo  veía  ahora  junto  al  parapeto,  jadeando,  abriendo  y  cerrando
      débilmente la garra izquierda. Dejó el bulto en el suelo, y con la garra derecha
      extrajo  un  gran  cuchillo  rojo  y  escupió  sobre  él.  Fue  hasta  el  parapeto,  e
      inclinándose  se  asomó  al  lejano  patio  exterior.  Gritó  dos  veces  pero  no  le
      respondieron.
        De pronto, mientras Shagrat seguía inclinado sobre la almena, de espaldas al
      techo,  Sam  vio  con  asombro  que  uno  de  los  supuestos  cadáveres  empezaba  a
      moverse:  se  arrastraba.  Estiró  una  garra  y  tomó  el  bulto.  Se  levantó,
      tambaleándose.  La  otra  mano  empuñaba  una  lanza  de  punta  ancha  y  mango
      corto y quebrado. La alzó preparándose para asestar una estocada mortal. De
      pronto, un siseo se le escapó entre los dientes, un jadeo de dolor o de odio. Rápido
      como  una  serpiente  Shagrat  se  hizo  a  un  lado,  dio  media  vuelta  y  hundió  el
      cuchillo en la garganta del enemigo.
        —¡Te pesqué, Gorbag! —vociferó—. No estabas muerto del todo ¿eh? Bueno,
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