Page 200 - El Retorno del Rey
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y eternamente moran las Estrellas.
       No diré que el Día ha terminado,
       ni he de decir adiós a las Estrellas.
        —Más  allá  de  todas  las  torres  altas  y  poderosas  —recomenzó,  y  se
      interrumpió de golpe. Creyó oír una voz lejana que le respondía. Pero ahora no
      oía  nada.  Sí,  algo  oía,  pero  no  una  voz:  pasos  que  se  acercaban.  Arriba  en  el
      corredor  se  abrió  una  puerta:  rechinaban  los  goznes.  Sam  se  acurrucó,
      escuchando. La puerta se cerró con un golpe sordo; y la voz gruñona de un orco
      resonó en el corredor.
        —¡Eh!  ¡Tú  ahí  arriba,  rata  de  albañal!  Acaba  con  tus  chillidos,  o  iré  a
      arreglar cuentas contigo. ¿Me has oído? No hubo respuesta.
        —Está bien —refunfuñó Snaga—. De todos modos iré a echarte un vistazo, a
      ver en qué andas.
        Los  goznes  volvieron  a  rechinar,  y  Sam,  espiando  desde  el  umbral  del
      pasadizo, vio el parpadeo de una luz en un portal abierto, y la silueta imprecisa de
      un orco que se aproximaba. Parecía cargar una escalera de mano. Y de pronto
      comprendió: el acceso a la cámara más alta era una puerta trampa en el techo
      del corredor. Snaga lanzó la escalerilla hacia arriba, la afirmó, y trepó por ella
      hasta desaparecer. Sam lo oyó quitar un cerrojo. Luego la voz aborrecible habló
      de nuevo.
        —¡Te quedas quieto, o las pagarás! Sospecho que ya no vivirás mucho; pero
      si no quieres que el baile empiece ahora mismo, cierra el pico, ¿me has oído?
      ¡Aquí va una muestra!
        Y se oyó el restallido de un látigo.
        Una furia repentina se encendió entonces en el corazón de Sam. Se levantó de
      un salto, corrió y trepó como un gato por la escalerilla. Asomó la cabeza en el
      suelo de una amplia cámara redonda. Una lámpara roja colgaba del techo; la
      tronera que miraba al este era alta y estaba oscura. En el suelo junto a la pared y
      bajo la ventana yacía una forma, y sobre ella, a horcajadas, se veía la figura
      negra de un orco. Levantó el látigo por segunda vez, pero el golpe nunca cayó.
        Sam, Dardo en mano, lanzó un grito y entró en la habitación. El orco giró en
      redondo, pero antes que pudiera hacer un solo movimiento, Sam le cortó la mano
      que  empuñaba  el  látigo.  Aullando  de  dolor  y  de  miedo,  en  un  intento
      desesperado, el orco se arrojó de cabeza contra Sam. La estocada siguiente no
      dio en el blanco; Sam perdió el equilibrio y al caer hacia atrás se aferró al orco
      que se derrumbaba sobre él. Antes que pudiera incorporarse oyó un alarido y un
      golpe sordo. Mientras huía, el orco había chocado con el cabezal de la escalerilla,
      precipitándose por la abertura de la puerta trampa. Sam no se ocupó más de él.
      Corrió hacia la figura encogida en el suelo. Era Frodo.
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