Page 335 - La Traición de Isengard
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rodillas y con la respiración extrañamente entrecortada. Cada paso adelante se
      hizo  más  difícil.  Era  como  si  alguna  voluntad  que  negara  el  paso  estuviera
      tensada como cuerdas invisibles a lo ancho de su camino. Sintió la presión de ojos
      invisibles. Pareció que pasaba una eternidad antes de que atravesara la oscuridad
      del arco de la puerta, y se sintió cansado como si hubiera estado nadando contra
      una fuerte corriente. Los centinelas se hallaban sentados allí: oscuros y quietos.
      No movieron sus manos como garras apoyadas sobre las rodillas, no movieron
      sus cabezas encapuchadas [tachado: mirando rígidamente] donde no se podía ver
      ninguna cara; pero Sam experimentó una repentina picazón en la piel, advirtió
      que  estaban  vivos  y  repentinamente  alertas.  Cuando  pasó  entre  ellos  dio  la
      impresión  de  encogerse  [y]  marchitarse,  desnudo  como  un  insecto  que  se
      arrastrara a su agujero bajo los ojos de pájaros gigantescos. Llegó a la puerta
      abierta: justo fuera el sendero conducía hasta una serie de escalones que daban al
      camino de abajo. Sólo un escalón y se encontraría fuera… pero no podía pasar:
      era como si el aire ante él se hubiera vuelto rígido. Tuvo que hacer acopio de su
      fuerza y su voluntad. Como si fuera de plomo alzó el pie y lo obligó poco a poco
      a  cruzar  el  umbral,  a  ambos  lados  sintió  que  la  oscuridad  lo  miraba  con  ojos
      entornados y le sonreía con una mueca. Despacio se forzó a bajar el pie. Tocó el
      escalón del exterior: y entonces algo pareció romperse. Se quedó inmóvil. Creyó
      oír un grito, [399] pero no supo si era dentro de él o en alguna remota torre vigía.
      Se oyó el súbito entrechocar del hierro. Un Orco salió corriendo de la caseta de
      guardia.
        Frodo, que avanzaba con cautela detrás, también se encontró en ese momento
      bajo el arco. Oyó que el guardia gritaba con tono áspero:
        —Los  de  ahí,  ¿quiénes  sois  y  qué  creéis  que  estáis  haciendo?  —Aferró  la
      capa de Sam. Éste gruñó colérico, pero el truco no funcionó tan bien una segunda
      vez—. Es hora de cierre desde hace media hora —rugió—. A nadie salvo a los
      mensajeros  del  Señor  se  les  permite  entrar  o  salir,  y  tú  lo  sabes.  La  puerta
      aguarda al que trae el mensaje de Baraddur, pero a nadie más.
        De  todo  eso  Sam  sólo  entendió  que  le  estaba  prohibido  pasar.  No  podía
      adelantarse: así que súbitamente retrocedió y pisó los pies del Orco que había
      detrás.  Frodo  vio  que  la  mano  del  guardia  buscaba  la  empuñadura  de  su
      cimitarra.
        —Eh, ¿a quién estás pisando? —dijo.
        Sam se aprestó para la lucha. Dio media vuelta, etc. como antes.
        [Tachado: Una alternativa sería hacer que la puerta fuera infranqueable. Se
      da  la  alarma.  La  Ciudad  despierta.  El  Buitre  (Jinete  Negro)  llega  a  la  plaza
      principal. En el acto Frodo sabe que el Anillo es inútil. Se siente casi descubierto.
      El mensajero dice que el Anillo aún se encuentra en la ciudad: lo siente.]
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