Page 332 - La Traición de Isengard
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Sintiéndose un pequeño « fanfarrón»  como nunca antes en su vida, Sam se
      adentró todo lo despreocupadamente que pudo en la sombra de la oscura puerta.
      Los  centinelas  de  cada  lado  lo  miraron  y  se  quedaron  quietos.  Llegó  junto  al
      vigilante y lo miró. Éste se sobresaltó y lo observó colérico.
        Frodo  se  plantó  detrás  con  cautela.  Vio  que  la  mano  del  orco  buscaba  la
      empuñadura de la cimitarra. [395]
        —¿Quién eres y a quién crees que estás empujando? —preguntó—. ¿Estoy al
      mando de la puerta o no? —Sam volvió a intentar el truco. Gruñó con ira y salió
      de la puerta. Pero el truco no funcionó bien una segunda vez. El vigilante saltó
      tras él y le aferró la capa.— Es hora de cierre [?desde léase desde hace más] de
      media hora —dijo—, y tú lo sabes. A nadie salvo a los mensajeros del Señor se
      les  permite  entrar  o  salir,  y  tú  lo  sabes  bien.  Si  tengo  algún  problema  más
      informaré de ti al Capitán [tachado: de Morgul].
        Sam se preparó a dar batalla. Se volvió para enfrentarse al vigilante con la
      mano sobre la empuñadura de la espada y giró su escudo redondo. Era un escudo
      rojo, y en el centro tenía pintado un único ojo rojo. El vigilante retrocedió con
      agilidad.
        —Perdóname —dijo—, oh, Capitán de Morgul. No te reconocí. Sólo cumplía
      con mi deber como lo consideraba oportuno.
        Sam adivinó parte de lo que había ocurrido, volvió a gruñir y agitó la mano
      como  despidiéndolo  y  se  alejó  por  el  sendero  en  dirección  a  la  oscuridad.  El
      vigilante lo miró al tiempo que sacudía la cabeza. Se quedó bloqueando la puerta
      de modo que Frodo no pudo pasar.
        Sam ya había desaparecido por el camino descendente, y Frodo aún seguía
      esperando una oportunidad para escabullirse sin tener que pelear antes de que se
      cerrara la puerta. De repente se escuchó un estruendo sonoro. Dong Dong Dong.
      Una campana grande repicaba en la Torre Abominable: había sonado la alarma.
      Frodo oyó gritos lejanos. Pronto pudo oír voces que ordenaban:
        —Cerrad las puertas. Atrancad la puerta. Vigilad los muros. El Portador ha
      escapado de la Torre.
        El vigilante se apoyó en la puerta y empezó a cerrarla. Se aproximaron pies a
      toda  carrera.  Frodo  aprovechó  la  única  oportunidad.  Agachándose,  cogió  las
      piernas  del  vigilante,  lo  derribó  y  pegó  un  salto.  Mientras  corría  oyó  gritos  y
      juramentos.
        —Te digo que el Capitán está muerto y despojado de sus ropas en la Torre —
      escuchó—. Eres un imbécil. Has dejado escapar al portador. Eres un imbécil.
        Hubo un  golpe  y  un  grito. Los  Orcos  salieron  en tropel  por  la  puerta,  y la
      campana seguía repicando.
        De pronto, oscura en el cielo, una figura negra apareció volando baja por el
      este: parecía un gran pájaro, como un águila [396] o más como un buitre. Los
      orcos dejaron de parlotear con chillidos, pero Frodo no esperó. Adivinó que algún
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