Page 330 - La Traición de Isengard
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que no sea más de uno.
        —Pero los látigos, amo, los perros asesinos lo azotarán por mí, y eso no puedo
      soportarlo.
        —No tendrás que hacerlo si eres rápido con la espada —dijo Frodo—. ¡No te
      preocupes!  No  han  tenido  tiempo  de  registrarme…  no  creo  que  los  Orcos  se
      atrevan a tocar el Anillo destinado a nadie que no sea servidor del Anillo o Sauron
      en persona. Se cercioraron de que no tenía una espada y me tiraron al suelo. Así
      que  todavía  dispongo  de  mi  cota  de  malla  de  mithril.  Ese  latigazo  que  oíste  al
      entrar me lo dieron en el costado y en la espalda… pero no creo que encuentres
      alguna marca.
        Sam se sintió muy aliviado.
        —Muy bien, ¿cuál es la idea, señor Frodo? —preguntó.
        —Debes hacer lo que esté a tu alcance para matar al Orco que entre —dijo
      Frodo—, Si hay más de uno yo me incorporaré de un salto y te ayudaré, y quizá
      nos  veamos  obligados  a  abrirnos  paso  luchando.  Pero  hacer  que  alguien  entre
      parece nuestro único camino para escapar.
        Frodo  empezó  a  cantar  de  nuevo  O  Elbereth  (unas  pocas  líneas).  Con  un
      juramento, la puerta se abrió y entró el capitán orco, restallando el látigo.
        —Silencio, perro —gritó, y levantó el látigo.
        Pero en el mismo instante en que lo hacía, Sam saltó de detrás de la puerta y
      le apuñaló la garganta. El Orco cayó con un gorgoteo. Frodo se incorporó de un
      salto, empujó la puerta con suavidad y se acuclilló a la espera de cualquier otro
      orco  que  pudiera  venir.  Les  llegó  el  sonido  lejano  de  voces  ásperas  escaleras
      arriba, pero ningún otro ruido. [393]
        —Ésta es nuestra oportunidad —dijo Frodo—. Ponte su ropa lo más rápido
      que puedas.
        Muy rápidamente desnudaron al orco, quitándole la cota de malla como de
      escamas negras, desabrochándole la hebilla de la espada y desprendiéndole el
      pequeño escudo redondo que llevaba a la espalda. La gorra de hierro negro era
      demasiado  grande  para  Sam  (pues  los  orcos  tienen  cabezas  grandes  para  su
      tamaño), mas se puso la cota. Le quedó un poco suelta y larga. Se colocó la capa
      negra con capucha alrededor de los hombros, tomó el látigo y la cimitarra y se
      colgó el escudo rojo. Luego, arrastraron el cuerpo detrás de la puerta y salieron a
      hurtadillas. Frodo fue primero.
        Cuando volvieron a cerrar la puerta, fuera reinó la oscuridad. Frodo sacó la
      redoma de cristal. Bajaron rápidamente por la escalera. A mitad de camino se
      encontraron con alguien que subía con una antorcha. Frodo se puso el Anillo y se
      hizo a un lado; pero Sam continuó al encuentro del trasgo. Se rozaron y el trasgo
      habló en su áspera lengua; pero Sam sólo contestó con un gruñido colérico. Eso
      pareció  satisfactorio.  Era  evidente  que  Sam  fue  confundido  con  alguien
      importante. El trasgo se apartó para dejarlo pasar, y se dieron prisa en proseguir
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