Page 44 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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El verdadero tema de la filosofía de Arthur Schopenhauer es la voluntad; su filosofía
tiene por objeto elevar la mente hasta el punto en que es capaz de controlar la
voluntad. Schopenhauer compara la voluntad con un ciego robusto que lleva sobre
sus espaldas al intelecto, que es un hombre débil y tullido, pero dotado de vista. La
voluntad es la causa incansable de la manifestación y todas las partes de la naturaleza
son producto de la voluntad. El cerebro es el producto de la voluntad de saber; la
mano es el producto de la voluntad de aprehender. Todas las constituciones
intelectuales y emocionales del hombre están al servicio de la voluntad y tienen que
ver, en gran medida, con el esfuerzo de justificar los dictados de la voluntad. De este
modo, la mente crea sistemas complejos de pensamiento simplemente para demostrar
la necesidad del objeto deseado. El genio, sin embargo, representa el estado en el cual
el intelecto ha alcanzado la supremacía sobre la voluntad y la vida se rige por la razón,
en lugar de por el impulso. La fuerza del cristianismo, según Schopenhauer, consistía
en su pesimismo y en su conquista de la voluntad individual. Sus propios puntos de
vista religiosos se parecían mucho a los de los budistas. Para él, el nirvana
representaba la represión de la voluntad. Según él, la vida, como manifestación del
deseo ciego de vivir, era una desgracia y decía que el verdadero filósofo es aquel que,
reconociendo la sabiduría de la muerte, se resistía al impulso inherente de reproducir
su especie.
De Friedrich Wilhelm Nietzsche se ha dicho que su aportación particular a la causa
de la esperanza humana fue la buena noticia de que Dios había muerto de pena. Las
características más destacadas de la filosofía de Nietzsche son su doctrina de la
recurrencia eterna y la gran importancia que atribuía a la voluntad de poder, una
proyección de la voluntad de vivir de Schopenhauer. Nietzsche creía que la finalidad
de la existencia era producir un tipo de individuo todopoderoso —él lo llamaba
«superhombre»—, que había que criar con mucho cuidado, porque, si no era
separado por la fuerza de la masa y consagrado a producir poder, aquel individuo
volvería a descender al nivel de los mediocres. Según Nietzsche, había que sacrificar
el amor para producir el superhombre y solo debían casarse los que estaban mejor
equipados para producir aquel tipo extraordinario. Nietzsche creía también en la
norma de la aristocracia y tanto la sangre como la reproducción eran fundamentales
para establecer aquel tipo superior. La doctrina de Nietzsche no liberaba a las masas,
sino que colocaba por encima de ellas a los superhombres, por los cuales los
hermanos inferiores debían estar totalmente resignados a morir. Desde el punto de