Page 46 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Entre las escuelas francesas de filosofía figuran el tradicionalismo —a menudo se

  aplica este término al cristianismo—, para el cual la tradición es la base de la filosofía;
  la escuela sociológica, que considera la humanidad un inmenso organismo social; los

  enciclopedistas,  cuyo  esfuerzo  por  clasificar  el  conocimiento  según  el  sistema

  baconiano  revolucionó  el  pensamiento  europeo;  el  volterianismo,  que  se  oponía  al

  origen  divino  de  la  fe  cristiana  y  adoptó  una  actitud  de  máximo  escepticismo  con
  respecto  a  todo  lo  relacionado  con  la  teología,  y  el  neocriticismo,  una  revisión

  francesa de las doctrinas de Immanuel Kant.

       Henri  Bergson,  el  intuicionista,  sin  duda  el  más  importante  de  los  filósofos

  franceses  vivos,  presenta  una  teoría  de  antiintelectualismo  místico  que  parte  de  la
  premisa  de  la  evolución  creativa.  No  tardó  en  hacerse  popular,  porque  apela  a  los

  mejores sentimientos de la naturaleza humana, que se rebela contra la desesperanza y

  la impotencia de la ciencia materialista y la filosofía realista. Bergson ve a Dios como
  la  vida,  luchando  constantemente  contra  las  limitaciones  de  la  materia.  Incluso

  concibe la posible victoria de la vida sobre la materia y, con el tiempo, la aniquilación

  de la muerte.
       Aplicando a la mente el método baconiano, John Locke, el gran filósofo inglés,

  afirmaba  que  todo  lo  que  pasa  por  la  mente  es  un  objeto  legítimo  de  la  filosofía

  mental y que estos fenómenos mentales son tan reales y tan válidos como los objetos

  de cualquier otra ciencia. En sus investigaciones sobre el origen de los fenómenos,
  Locke  partía  de  la  premisa  baconiana  de  que  primero  había  que  hacer  una  historia

  natural de los hechos. Para Locke, la mente está en blanco hasta que se graba en ella la

  experiencia, de modo que la mente se construye a partir de las impresiones recibidas,

  a  las  que  se  suma  la  reflexión.  Locke  creía  que  el  alma  era  incapaz  de  percibir  la
  divinidad y que la conciencia o la cognición que el hombre tenía de Dios no era más

  que una inferencia de la facultad de razonamiento. David Hume fue el más entusiasta

  y también el más influyente de los discípulos de Locke.
       El  obispo  George  Berkeley  sustituyó  el  sensacionalismo  de  Locke  con  una

  filosofía fundada en las premisas fundamentales de este, pero desarrollada como un

  sistema  de  idealismo.  Berkeley  sostenía  que  las  ideas  son  el  verdadero  objeto  del

  conocimiento. Según él, era imposible demostrar que las sensaciones fuesen causadas
  por objetos materiales y también trató de probar que la materia no existe. Berkeley

  sostiene  que  el  universo  está  impregnado  y  regido  por  la  mente;  por  consiguiente,

  creer en la existencia de los objetos materiales no es más que un estado mental y es

  posible que hasta los propios objetos sean un invento de la mente. Al mismo tiempo,
  para Berkeley, poner en duda la precisión de las percepciones era peor que la locura,
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