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CAPÍTULO SEIS






                                            TANARIS








                    Grizzek Fizzwrench salió de su simple y destartalada cabaña para adentrarse


           en el perezoso y lentamente desvanecido calor de la tarde. Sonrió al sonido familiar del
           océano golpeando contra la costa, el crujido de las palmeras. Las fosas nasales de su larga
           y gran nariz se ensancharon y su pecho estrecho se ensanchó mientras respiraba el aire

           salado.

                    —Otro hermoso día más solo para mí —dijo en voz alta, crujiendo su cuello,

           nudillos y dedos de los pies en un adorable y largo estiramiento. Entonces, con una risa
           de anticipación, se zambulló en las olas.


                    Alguna vez había sido un goblin común. Igual que los otros, había vivido en
           reducidos  y  poco  higiénicos  tugurios  y  barrios  marginales,  desempeñando  actos

           detestables para gente aún más detestable. Todo había estado bien hasta que estuvo en
           Kezan, pero cuando esa isla… bueno, explotó, algo que las islas no debían hacer, y los
           refugiados del Cártel Pantoque se mudaron a Azshara, las cosas cambiaron.


                    Para empezar, a él no le gustaba Azshara. Era demasiado otoñal para su espíritu
           veraniego. Todo ese rojo, café y anaranjado. Le gustaba el azul y del cielo y el mar y ese

           amarillo  vibrante  a  la  arena  y  el  movimiento  calmado  del  follaje  verde  de  palmas.
           Entonces,  cuando  los  destructores  comenzaron  a  destrozar  la  tierra,  volviéndola  fea,
           Azshara le disgustaba todavía más. La idea de gastar tanto tiempo como dinero –que eran

           casi lo mismo– reformando una parte de Azshara para hacerla un símbolo de la Horda le
           parecía la peor adulación que Grizzek había visto nunca, y realmente había visto mucho.


                    Y ninguna de todas esas razas en la Horda no parecían entender la mentalidad de
           los goblins. Los “muertísimos”, cómo pensaba de los renegados, le daban escalofríos y lo
           único con lo que parecían disfrutar jugando era con pociones. Los orcos pensaban que




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