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ARCHIMAGO ANTONIDAS, GRAN MAGUS DEL KIRIN TOR


                    LA GRAN CIUDAD DE DALARAN SE LEVANTA UNA VEZ MÁS


                         UN TESTIMONIO DE LA TENACIDAD Y LA VOLUNTAD


                                            DE SU MÁS GRANDE HIJO


                                         TUS SACFRICIOS NO HABRÁN

                                      SIDO EN VANO, QUERIDO AMIGO.


                              CON CARIÑO Y HONOR: JAINA PROUDMOORE





                    Fue  ahí  en  donde  él  y  Jaina  una  vez  había  tenido  una  horrible  discusión.
           Destrozada por la brutal devastación de su ciudad, Jaina había deseado venganza. Cuando
           el Kirin Tor no la ayudó a atacar a la Horda, lo había buscado a él. Sus palabras, primero

           rogando, después mordaces por su ira alimentada por el dolor, aún lo acompañaban.


                    Una vez dijiste que lucharías por mí, por la dama de Theramore. Theramore no
           existe. Pero yo aún estoy aquí. Por favor. Tenemos que destruir a la Horda.


                    Él se había negado. Esto es implacable… bueno, el odio, no eres tú.


                    Estás equivocado. Ésta soy yo. Esto es en lo que la Horda me ha convertido.

                    De muchas formas, Jaina era una víctima de Theramore tanto como lo era Kinddy.

           Había sido decisión del Kirin Tor la de admitir a miembros de la Horda entre sus filas.
           Azeroth era demasiado vulnerable a la Legión como para rechazar la ayuda por miedo y
           odio. A Kalec le hubiera gustado hablar con Jaina, pero había desaparecido sin decir nada.


                    Entonces se le erizó la piel y un conocimiento repentino llenó su cerebro.


                    Lady Jaina Proudmoore había vuelto a Dalaran. La sintió y ella estaba en lo cierto.


                    —Creí que podría encontrarte aquí —dijo una suave voz detrás de él.


                    Con el corazón a mil por hora, Kalec giró.

                    Ella estaba tan hermosa como la recordaba mientras se quitaba la capucha de la

           capa. La luz de la luna brilló sobre sus cabellos blancos con ese único mechón dorado y
           dio la impresión de que estaba coronada por un plateado luminoso. Lo llevaba diferente,
           ésta vez en una trenza. Su rostro estaba pálido, sus ojos eran dos pozos sombríos.


                    —Jaina —suspiró Kalec—. E-Estoy tan feliz de que estés bien. Es bueno verte.


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