Page 348 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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       propiedad, cadáver aderezado en la postura sentada determinada
       por la liturgia andina.
           Aya, como en Ayacucho, Ayabaca, Ayaviri,   etc., es de igual
       manera muerto, pero en el sentido espiritual de ánima.
           Ambos términos guardan relación con las momias tutelares
       de las diferentes estirpes que las diferentes comunidades venera-
       ron en los mochaderos de sus respectivas urbes religiosas.
           De huañuc (muerto) se hizo huayñu.
           De aya-aru-hui, en que aya expresa difunto, y  aru, hablar,
       hízose yaraví, en el sentido de elegía hablada, o cantada, a pre-
       sencia de los muertos.
           Algo hay, propio de semejantes orígenes  y de semejantes fi-
       nalidades, en la música Incaica, que la singulariza.
           Los diferentes sistemas musicales conocidos del mundo meló-
       dico parecen haber sido inventados para expresar los aspectos cam-
       biantes de la sensibilidad de las razas que los idearon: las soli-
       citaciones del amor, ya divino, o ya humano, los clamores de las
       victorias  y  las incitaciones exaltadoras de la gloria.
           De consiguiente, reflejan cuatro, cinco, diez o más facetas
       del diamante interior que es el alma humana.
                                                    .
           La música incaica refleja una tan sólo: la del dolor por la
       ausencia de un ser querido  la del desamparo en un presente sem-
                                ;
       brado de desencantos.
           La música incaica se dejó escuchar de Pasto,  y  Quito a San-
       tiago del Estero, Tucumán  y  las orillas deí Maulé,  y  abarcó den-
       tro de su dominio melódico las marcas incaicas de Tumbes, el Chi-
       mú, Cajamarca, Huánuco, Jauja, Tarma, Lima, Ayacucho, lea,
       Arequipa, Moquegua, Tarapacá y    Tacna.
           Resonó en los lugares más apartados del Imperio, en que los
       Muertos, fundadores de la nacionalidad, merecieron culto de re-
       cuerdo y  veneración.
           Ella ha dejado de resonar en la ciudad moderna.
           El viajero que cruza las sendas del antiguo Perú observa a
       su paso las manifestaciones de vida del Collao, del húmedo valle,
       y  de la ardiente yunga, y dando crédito a su facultad visiva, ima-
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