Page 349 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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      gina ver en ellos las exteriorizaciones de la vida  y  del esfuerzo
     modernos: la huella convencional de la civilización de que somos
     hijos.
          De pronto, en la penumbra del atardecer, o bien en la ne-
      grura de la callada noche, un tañido de flauta o zapoña, o bien
      un ágil punteo de bandurria le dan a entender que debajo de
      aquel indiferente aspecto de las cosas, late, ama, recuerda  y  se
      desespera el alma antigua del Tahuantinsuyo.
          El viajero de índole superficial escucha, distraído, aquellos
      sonidos  el de índole filosófica escucha,  y  se da cuenta de la pro-
             ;
      fundidad del sentimiento que vive en ellos,  y  experimenta una
      impresión de indecible pesadumbre  y  simpatía...
          Los instrumentos de que se vale la música incaica son senci-
      llos como los de la antigua Arcadia: la zampoña, el pincullo, la
      quena y  la caterva de los derivados de la flauta,  y,  respondiendo
      en nuestro tiempo a una imitación española,   la bandurria  y
      el arpa.
          En aquellas sus manifestaciones que dejamos dichas, el huay-
      ñu y  el yaraví transcurre una hebra de melodía, tiernamente in-
      sistente, como si quien la ejecuta pretendiera forzar con un repe-
      tido reclamo las férreas puertas que recatan la vida presente del
      sombrío más allá en que moran los seres que nos arrebatara la
      mano implacable de la muerte.
          Más de una vez nos hemos hecho la pregunta de si el haber
      sido ideada para comunicarse con los muertos, basta para justi-
      ficar ese a manera de estribillo de desconsuelo que tan por com-
      pleto la domina,  y  nos hemos dicho que acaso reviva en sus mo-
      dulaciones el recuerdo de los trances angustiosos que las humani-
      dades precollaguas experimentaron algún día, arrojadas, cual se
      vieron, al embate de inmensas catástrofes, de las orillas del At-
      lántico al altiplano de los Andes, sobre un camino sembrado de
      peligros y  asediado de privaciones  y nostalgias.
          La música incaica, no había merecido por  el pasado los ho-
      nores de una clasificación esmerada, ni los de una análisis reve-
      ladora de sus íntimos resortes, por lo cual hemos de aplaudir
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