Page 14 - El Misterio de Belicena Villca
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florida y provinciana. Estacioné el automóvil junto a un parquímetro, a varias
cuadras de mi destino y caminé por la calle Belgrano rumbo al centro.
Al llegar a la Iglesia del Sagrado Corazón, con su edificio de más de 300
años, iba pensando en la juventud de la América Blanca ante la milenaria Europa;
a pesar de que aquí no se construyó nada más atrás de 400 años, nos estremece
lo secular, que sentimos antiguo y remoto.
Me faltaba transitar la cuadra de la recova con sus arcos centenarios, bajo
los cuales se puede tomar un café y leer el diario o simplemente contemplar los
altos cerros lejanos que rodean el Valle de Lerma.
Atravesé varios pasillos de aspecto sombrío, hasta encontrar una puerta
coronada por un cartel enlozado cuyas cachaduras apenas permitían leer
“Oficina General de Investigaciones”; más abajo otro cartel, de plástico,
anunciaba “Subcomisaría Maidana” “Llame antes de entrar”.
Las cosas salieron mejor de lo que Yo esperaba. Mientras el Oficial
Maidana, con salvaje alegría, examinaba los Diccionarios, en mis manos se
deslizaban febrilmente las pocas fojas del expediente caratulado: “Belicena
Villca, Homicidio intencional”.
Así, acompañado por los insultos que el policía nacionalista lanzaba
cuando algo de lo que leía causaba su furia, pude averiguar lo que deseaba.
Se habían practicado análisis varios a la cuerda homicida, siendo ésta
destruída en parte durante los ensayos. Una de las medallas fue “fundida y el
material sometido a análisis de Espectroscopía Molecular”, citándose en fojas el
“informe final” y remitiéndose al “informe principal adjunto, para cualquier
discusión sobre la interpretación del mismo”. La conclusión era que, de acuerdo a
los minerales y metales que intervenían en la aleación del oro, éste tendría como
seguro origen un país de Europa: España. Con más precisión se mencionaba la
Zona Río Tinto, en la provincia de Huelva.
–¡Caballero Kadosch!: ¿qué carajo quiere decir esto Dr.? –interrumpió
bruscamente mi lectura el Oficial Maidana, que leía “Ritual del grado 30”.
–Es una palabra hebrea que significa “muy Santo”. El título sería
“Caballero muy Santo” –dije.
El Oficial tenía los ojos inyectados en sangre.
–¡Sargento Quiroga! –gritó–. ¡Venga a ver lo que hacen los masones!
El sargento acudió presuroso. Era un criollo fornido como un quebracho,
pero de evidente pocas luces, quien sumó su voz obsecuentemente al concierto
de maldiciones que ejecutaba el Oficial.
Seguí leyendo el expediente. Un trozo de la cuerda de pelo se envió al
Laboratorio de Análisis Patológico de la Facultad de Medicina. El informe remitido
por la Universidad, indicaba que el pelo era cabello humano, posiblemente de
mujer; la substancia usada en el teñido era simplemente lechada de cal, a la que
se agregó algún jugo vegetal ácido para restar alcalinidad.
Pero lo más curioso era que la Universidad podía certificar la raza a la que
pertenecía la mujer a quien se cortó el cabello fatal; la sección ovalada de las
fibras pilosas estudiadas, no dejaban lugar a dudas: Raza blanca . Las otras
Razas tienen un pelo de sección redonda, según los especialistas.
Esto era casi todo. Estaban las declaraciones nuestras y el Informe
Forense. También un informe del Ejército, con la misma historia ya conocida,
donde veladamente se sugería no escarbar mucho.
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