Page 11 - El Misterio de Belicena Villca
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militares “demencia senil irreversible” aunque tal valoración fuese totalmente
                 injusta.
                        Mientras caminaba por los pasillos rumbo al pabellón “B” recibí la primera
                 de las incontables sorpresas que me daría el trato con Belicena Villca y su
                 extraña historia. Leyendo el letrero de material plástico con mi nombre,
                 abrochado en el bolsillo de la chaquetilla, dijo:
                        –Dr. “Arturo Siegnagel”. Tiene Ud. un nombre mágico: “oso de la garra
                 victoriosa”. ¿Lo sabía?
                        –Supongo que sí –respondí, mientras traducía mentalmente:  Arturo, del
                 griego arctos, significa “oso”; Sieg quiere decir “victoria” en alemán; y nagel,
                 “garra” en el mismo idioma–. Lo que me sorprende –agregué– es que lo sepa
                 Ud. ¿Entiende griego y alemán?
                        –Oh, no es necesario Dr. Yo veo con la Sangre. Sé lo que siempre supe –
                 me dijo con una sonrisa candorosa.
                        ¡Sí que está enferma!, pensé neciamente, creyendo que aludía a la teoría
                 de la reencarnación como hacen los espiritistas, clientes permanentes de
                 nuestros pabellones. En ese entonces  no podía imaginar ni remotamente que
                 algún día haría esfuerzos inusitados por recordar cada una de sus palabras para
                 analizarlas con gran respeto.


                 Capítulo V


                        No debe sorprender que la policía archivara el caso a poco de haber
                 comenzado la investigación pues,  tras cada paso que daba en pos de
                 esclarecerlo, todo se tornaba más confuso, siendo injustificable el depositar tanto
                 esfuerzo en un crimen que, parecía, a nadie interesaba resolver. En primer lugar,
                 porque Belicena Villca no tenía familiares  conocidos que reclamasen justicia;
                 pero, principalmente, por  el misterio que rodeaba al asunto: ¿cómo entró el
                 asesino en la celda herméticamente cerrada?; ¿por qué utilizó una valiosa cuerda
                 enjoyada para matar a una alienada indefensa?; y, lo más incomprensible: ¿cuál
                 podía ser el móvil del crimen, el motivo que hiciese inteligible lo ocurrido?
                        No había respuesta para estos y otros interrogantes que surgían y, al
                 pasar el tiempo sin que se avanzara un palmo, el caso fue prudentemente
                 cerrado por la Policía.
                        A los dos meses nadie hablaba del crimen en el Hospital Neuropsiquiátrico
                 y eran pocos los que algunos meses más tarde recordaban a la malograda
                 Belicena Villca.
                        La rutina diaria, el trabajo fatigoso, los problemas cotidianos e inevitables,
                 todo contribuye a que el hombre mundano, sumergido en el devenir de su
                 Destino, se torne impermeable al dolor ajeno o a aquellos fenómenos que no
                 afectan permanentemente su realidad concreta.
                        Yo no soy la excepción a la regla y, en cuanto toca a lo aquí narrado,
                 seguramente habría olvidado el horrible crimen acosado por las obligaciones de
                 mi residencia médica, la atención del consultorio, o las clases de Antropología
                 americana que sigo como curso terciario de post-grado.




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