Page 327 - El Misterio de Belicena Villca
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y volverse a corporizar nuevamente. El  “motivo” principal de los misteriosos
                 relieves del vapor lo constituían fundamentalmente figuras de “Angeles”. Angeles
                 o Dioses; pero también Diosas y niños.  Y animales: caballos, leones, águilas,
                 perros, etc. Y carros de guerra. Era  todo un Ejército Celeste el que se
                 materializaba en la nube vaporosa y giraba lentamente alrededor de la torrecilla.
                 Y al pasar los carros de combate, tirados por briosos corceles alados, los Angeles
                 Guerreros alentaban claramente a Nimrod. También lo hacían las mujeres, pero
                 conviene que nos detengamos un instante en Ellas porque la sola contemplación
                 de su belleza hiperbórea basta para iluminar el corazón del hombre más pasivo y
                 arrancarlo de las garras del Engaño. ¡Oh, las mujeres hiperbóreas! ¡Tan bellas!
                 Lucían una corta falda ceñida en la cintura por delgado cordón del que pendía, al
                 costado, la vaina de una graciosa y temible espada. El arco cruzado sobre el
                 pecho y, a la espalda, el nutrido carcaj. Las trenzas de oro y plata de un cabello
                 que se adivinaba tan suave y ligero como el viento. Y los Rostros. ¿Quién sería
                 capaz de describir esos Rostros olvidados, tras milenios de engaño y decadencia;
                 Rostros que, sin embargo, están grabados a fuego en el Alma del guerrero, casi
                 siempre sin que él mismo lo sepa? ¿quién osaría hablar de esos ojos centellantes
                 de frío coraje que irresistiblemente incitan a luchar por el Espíritu, a regresar al
                 Origen, ojos de acero cuya mirada templará el Espíritu hasta el instante anterior
                 al combate pero que, luego de la lucha, milagrosamente, serán como un bálsamo
                 de Amor helado que curará toda herida, que calmará todo dolor, que resucitará
                 eternamente al Héroe, aquel que se mantiene tenazmente en el Sendero del
                 Regreso al Origen? ¿y quién, por último, se atrevería a mencionar siquiera sus
                 sonrisas primordiales ante las cuales palidecen todos los gestos humanos; ante
                 cuyos sonidos cantarinos se apagan las  músicas y rumores de  la tierra; risa
                 trasmutadora que jamás podría resonar entre la miseria y el engaño de la
                 realidad material y que, por eso,  sólo puede ser oída por quien también sabe
                 escuchar la Voz de la Sangre Pura? Imposible intentar esbozar la imagen
                 purísima de aquellas mujeres hiperbóreas, eternas compañeras de los Hombres
                 de Piedra, cuya proyección en el vapor ectoplasmático se producía gracias a la
                 poderosa voluntad de los Iniciados cainitas. Sólo agregaré que dichas imágenes
                 eran enormes. Mientras las otras figuras giraban a cierta distancia de los
                 guerreros Kassitas, Ellas se desprendían para abrazarlos y acariciarlos, y
                 entonces podía apreciarse su  tamaño. Doblaban en altura al Rey Nimrod, el
                 guerrero más alto de Borsippa.
                        El pueblo veía claramente estas efusiones y, aunque era evidente que las
                 Diosas hablaban a los guerreros en tono imperativo, mientras señalaban hacia el
                 cielo, nadie, de entre ellos, hubiera podido oír si realmente aquellos fantasmas
                 emitían algún sonido pues el ritmo frenético de las flautas, tambores, tímpanos y
                 arpas, era ensordecedor. Pero tal vez  las mujeres hiperbóreas estuviesen
                 hablando directamente al Espíritu, tal  vez sus voces se dejasen oír dentro de
                 cada guerrero como dicen que sienten los Augures...
                        Envueltos en ese frenesí, pero momentáneamente pasmados de asombro
                 por las alteraciones de la blanca nube, los ciudadanos de Borsippa no advirtieron
                 cuando una de las Iniciadas abandonó la danza. Subió corriendo los pisos que
                 faltaban para llegar a la torrecilla, pero antes de entrar el vapor tomó la forma de
                 una multitud de niños alados que revolotearon en torno a ella derramando sobre
                 su cabeza etéricos líquidos de no menos  etéricas ánforas.  Sin embargo tales
                 manifestaciones sobrenaturales no la detuvieron. Ungida de pies a cabeza por los

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