Page 325 - El Misterio de Belicena Villca
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muchas décadas que duró la travesía de los “bárbaros”, desde la ladera del
monte Elbruz, en el Cáucaso, la posesión de este “Presente del Cielo” fue el
estímulo que permitió afrontar todo tipo de penalidades. Era el Centro en torno al
cual se formaba la Raza; era el Oráculo que posibilitaba oír la Voz de Dios y era
la Tabula regia donde se podían leer los Nombres de los Reyes. Era también el
Signo Primordial ante el cual los Demonios retrocederían aterrados y contra el
cual ninguna potencia infernal tenía poder. Por su intermedio se abriría en el
Cielo la Puerta del Infierno y podría entablarse el combate sin tregua contra los
servidores de quien encadenó el Espíritu Eterno a la Materia. Muchos pueblos
han sido llamados “bárbaros” por otros pueblos más “civilizados”, aludiendo a su
“salvajismo” e “inconsciencia”. Pero se necesita ser “bárbaro” para pactar con los
Dioses y tomar parte en la Guerra Esencial. Sólo la garantía de la pureza
sanguínea de unos “bárbaros”, intrépidos e inmunes a las celadas satánicas,
puede decidir a los Dioses a poner en el mundo la piedra angular de una Raza
Sagrada. En otras palabras, las “celadas”, las tentaciones de la Materia, están
tendidas en todas partes y por eso se necesita ser “bárbaro” o “fanático”, pero
también ingenuo, “como niño”, o como Parsifal el loco puro de la leyenda
artureana.
Finalizada la construcción del Zigurat, se enviaron mensajeros a las
restantes ciudades y aldeas Kassitas pues su Reino incluía a Nínive y otras urbes
menores, así como numerosos campamentos septentrionales que llegaban hasta
el lago Van e incluso alcanzaban las laderas del Ararat. Miles de Embajadores
fueron llegando a Borsippa para apreciar la Torre de Nimrod y rendir homenaje a
Ishtar la Diosa de Venus y a Kus su Dios racial, esposo de Ishtar. También
llegaron del Sur, de Babilonia a la que acababan de conquistar, un pequeño
número de sus primos Hititas, con quienes los Kassitas partieron juntos muchas
décadas atrás, desde el Cáucaso.
Todo se preparó para el solsticio de verano, el día en que Chang
Shambalá está “más cerca” de nuestro plano físico. Ese día el pueblo de
Borsippa estuvo reunido junto al gran Zigurat y un contraste de emociones se
adivinaba en todos los rostros. Los invasores Kassitas, cazadores y agricultores,
es decir, cainitas, demostraban abiertamente su salvaje alegría por culminar una
empresa que les había absorbido varias generaciones. Y en esa alegría furiosa
latía el anhelo del próximo combate. Dice un antiguo proverbio ario: “el furor del
guerrero es sagrado cuando su causa es justa”. Pero si esa sed de justicia le
lleva a enfrentar a un Enemigo mil veces superior, entonces necesariamente
debe ocurrir un milagro, una mutación de la naturaleza humana que lo lleve más
allá de los límites materiales, fuera del Karma y del Eterno Retorno. Leonidas en
las Termophilas ya no es humano. Será un Héroe, un Titán, un Dios, pero jamás
un hombre común. Por eso el pueblo de Nimrod en su furia santa presentía la
próxima mutación colectiva; se sentía elevado y veía disolverse la realidad
engañosa del Demiurgo Enlil. Hervían de valor y así purificaban drásticamente su
sangre. Y esa Sangre Pura, bullente de furia y de valor, al agolparse en las
sienes trae el Recuerdo del Origen y hace desfilar ante la vista interior las
imágenes primigenias. Sustrae, en una palabra, de la miserable realidad del
mundo y transporta a la verdadera esencia espiritual del hombre. En estas
circunstancias mágicas no es extraño que todo un pueblo gane la inmortalidad
del Valhala.
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